octubre 6th
¿Para qué nos sirve ya la Filosofía?
La LOMCE del PP, esa aberración que viene a reformar por séptima vez en 35 años la educación de este país según los intereses del gobierno de turno, se ha cargado la Filosofía. Le ha practicado el mayor recorte de las últimas décadas y, con él, una suerte de lobotomía a nuestros futuros ciudadanos. Básicamente, pasará de ser un conjunto de tres materias relacionadas entre sí (Filosofía, Valores Éticos e Historia de la Filosofía) y obligatorias en secundaria y Bachillerato, a una sola asignatura obligatoria en 1º de Bachillerato. El resto dependerá de la parte del currículo que puede diseñar cada comunidad autónoma.
Eso quiere decir que los futuros adultos de nuestra sociedad podrán no haber leído jamás a Marx, a Kant o a Hume. Un chaval de 16 años (edad mínima obligatoria para abandonar los estudios) podrá salir de las aulas sin haber tocado la Filosofía jamás.
Este golpe de gracia a la Filosofía no tendría mucha más importancia (esperando a la reforma educativa del siguiente gobierno, esperemos que más benévolo con las Humanidades) si no fuera en realidad el síntoma de una sociedad absolutamente dominada por la inmediatez y por un pragmatismo enfermizo. Todos y cada uno de nuestros actos son ya concebidos con un objetivo. Hacemos algo para obtener algo.
Este pensamiento ha inundado todas las parcelas de nuestras vidas. Por supuesto, la formación es una de las más afectadas. Se estudian carreras técnicas con salida, porque lo demás es perder el tiempo. El ocio es otra de ellas: hoy, el aburrimiento está prohibido. ¿Alguien recuerda la última vez que se aburrió de veras? ¡Tienes que hacer algo con tu tiempo libre! Y qué decir de las relaciones personales. Aquí pondré un ejemplo muy revelador. A lo largo de los últimos años, he ido comprobando cómo a mi alrededor, la espontaneidad del ligue y las relaciones sexuales ha mutado en apps convertidas en escaparates a los que uno acude como el que va al supermercado: con la lista de rasgos, características, estatus y roles perfectamente hecha. Por supuesto, si algo no cumple las expectativas, basta con pulsar el botón de ‘siguiente’, que como decía Miguel Brown, hay muchos hombres y muy poco tiempo. A fin de cuentas, vivimos con la eterna angustia sensación de que, al doblar la esquina, alguien más guapo, más alto, más culto, más rico, más perfecto, nos aguarda.
Visto así, no sólo las cosas, sino todas las personas servimos a los demás para algo: para hacer un trabajo, para salir de fiesta, para no estar solos, para ayudarnos a pagar el alquiler, para desahogarnos, para llenar nuestro vacío… Somos los útiles de una cocina para cortar, fregar o hervir.
¿Cómo demonios pretendemos que la Filosofía tenga cabida en un mundo de esas características? Sus efectos prácticos no se notan inmediatamente. La Filosofía no nos ayuda a redactar un e-mail, ni a buscar cosas en Google, ni a hacernos un selfie, ni a ganar followers en Instagram, ni a buscar pareja en Tinder o Grindr, ni a hacer listas de Spotify, ni a seguir Gran Hermano, ni a tuitear, ni a tragarnos listados de Buzzfeed, ni a vender en Wallapop, ni a comentar lo último de Netflix o la HBO, ni a reirnos con memes en Facebook, ni nos lleva más rápido cada mañana al trabajo, ni nos echa un cable para redactar un currículum cuando nos quedamos en paro.
La Filosofía sólo nos vale para entender por qué la democracia nos considera seres críticos y autónomos, o a comprender (verdaderamente) que nuestra opinión es sólo una gota en un océano, o a razonar utilizando las bases de la lógica, o a cuestionarnos por qué pensamos de una manera y no de otra, o a saber el porqué de las limitaciones de nuestro propio razonamiento, o a poner en entredicho nuestras verdades más absolutas, o a explorar la cantidad de inquietudes y debilidades que compartimos con personas que vivieron hace miles de años, o a entender por qué en un determinado momento se pensaba de una determinada manera, o a explorar el germen de las corrientes de pensamiento que dieron origen al arte, la cultura y las religiones, o a conocer los orígenes de las ideas en las que se basaron las revoluciones que hoy nos permiten, por ejemplo, votar sin importar nuestra raza, género o estatus social.
¿Y a quién le interesa eso?