septiembre 28th
Las (e)lecciones de Cataluña
Los catalanes hemos hablado. No con banderas en la calle, sino con votos en las urnas. El resultado es tan excepcional como compleja era la situación en que se ha producido. Y la mejor prueba de esa complejidad es que, hoy, prácticamente todos se consideraban ganadores. Alguien ajeno al asunto que hoy ojease los titulares de la prensa en un quiosco podría pensar que hablaban de temas totalmente distintos. ¿Por qué? Obviamente, porque cada uno barre para casa. Pero ojo, porque en ese barrido podemos llevarnos por delante muchos matices que son precisamente el quid de la cuestión y, por tanto, podemos perdernos lo más importante. Porque aquí se trata de comprender, no de gritar más fuerte.
No lo niego: a veces, me gustaría tener la capacidad con la que algunos han nacido para ver el mundo en blanco y negro. La vida maniquea es mucho más fácil. Basta con tener un gran enemigo al que culpar de tus males para sacudirte todas las responsabilidades, por ejemplo. Sabemos que los políticos lo hacen constantemente. El problema viene cuando una parte de la sociedad asume ese discurso como propio. Y eso es justo lo que está ocurriendo en Cataluña.
En los nueve años que llevo viviendo en Barcelona, he visto cómo el clima social se ha deteriorado, con especial virulencia en los últimos tres años. ¿En qué lo noto? Pues en mi círculo de amistades, por ejemplo. Si no se quiere estropear una cena, es mejor no tocar el tema. Si no se quieren recibir insultos o sospechas de nacionalismo español (como he recibido personalmente), es mejor no defender según qué posturas. Si opino que es mejor seguir en España, en seguida me contestan con el (absurdo) argumento de que yo no quiero lo mejor para el lugar en el que vivo. Un lugar, por cierto, en el que no he nacido por cuestiones del azar, sino al que he decidido venir, con todo el amor por una ciudad y el esfuerzo que eso supone… y que ellos son incapaces de detectar. En el mejor de los casos, me sueltan que no entiendo nada porque yo no soy catalán, regalándome con ello mi correspondiente carnet de ciudadano B. Porque si algo se le da bien a un importante sector de este nacionalismo es repartir carnets de catalanes buenos y catalanes malos; fieles y traidores; verdaderos y charnegos; con y sin pedigree. La capacidad del blanco y negro que comentaba antes, y que de nuevo salió a relucir anoche cuando muchos simpatizantes de Junts Pel Sí se burlaron en las redes sociales del catalán hablado por la andaluza Inés Arrimadas, líder de Ciudadanos y ahora líder la oposición en el parlament catalán.
Otro ejemplo de ese desgaste de la convivencia en Cataluña: hace un par de semanas, una amiga me envió un mensaje de Whatsapp que pedía en catalán que nadie sintonizara TV3 ni Catalunya Radio durante las horas que la Junta Electoral obligaba a dar cobertura a partidos no independentistas, para contrarrestar el mastodóntico despliegue informativo de la Via Lliure el pasado 11 de septiembre. El mensaje procedía de un grupo de chat que ella tiene con sus compañeros de trabajo, todos ellos profesores de primaria en Cataluña. Me pidió encarecidamente no dijese su nombre, para evitar problemas en el trabajo. La ANC y Ómnium Cultural hicieron la petición oficial de boicot de la que hablaba ese mensaje pocos días después.
Todo esto ha provocado una reacción en mí. Me he mostrado más vehemente contra el independentismo catalán durante los últimos días porque considero injusto que no haya voces en mi entorno que se atrevan a cuestionar al nacionalismo omnipresente. Es una ley del silencio que detecté incluso en los datos que ofrecían los sondeos a pie de urna que TV3 distribuyó anoche poco antes del escrutinio, y que terminó cumpliéndose con el paso del recuento. Y eso es porque en Cataluña existe un considerable voto secreto: el de esas personas que sólo expresan sus convicciones en las urnas, pero que prefieren pasar desapercibidas en el resto de los ámbitos de sus vidas, no sea que alguien les mire mal o se metan en líos. A la vista de los resultados electorales de ayer, es más de la mitad de la población catalana, yo incluido. Con nuestro voto en masa hemos aclarado que la mayoría no queremos levantar una frontera ni romper lazos ni renunciar a una parte de nosotros mismos. No necesitamos salir a manifestarnos el 11-S ni tampoco el 12-O. Hemos expresado que nuestra identidad es compleja y rica en matices, frente a quienes optan por simplificaciones maniqueas. Hemos desacreditado a quienes se permiten el lujo de hablar con una sola voz en nombre de todos.
Pero también hemos dejado claro que requerimos diálogo por parte de todos. Dos millones de los 5,5 catalanes mayores de 18 años han dejado claro que la actual España no el país al que desean pertenecer. Y eso merece ser escuchado. Una Constitución que tantísimos ciudadanos no hemos votado no puede ser ya el escudo en que refugiarse para postergar lo impostergable. No es una papeleta fácil, pero es imprescindible. El gobierno de Rajoy no sólo se ha mostrado totalmente ineficaz para gestionar esta situación, sino que ha echado leña al fuego a lo largo de toda su legislatura. ¿Lo más paradójico de todo? Que es muy probable que un parlamento catalán con mayoría absoluta (que no votos) de independentistas dé alas en buena parte del resto de España al Partido Popular en las elecciones generales de diciembre, debido en parte a esa injusta ley electoral que ayer favoreció a Artur Mas, por más que él repita que tenía todo en contra. ¿Sería acaso la primera vez que Convergència y el PP se ayudan?
España en general necesita un gran cambio. Cataluña incluida. Esta crisis nos está brindando la oportunidad de reformar este país de naciones en profundidad. Un cambio que no puede venir de los mismos que nos trajeron hasta aquí, que no pueden liderar los que tienen cuentas pendientes con la justicia. Necesitamos una reforma, pero no una demolición. A fin de cuentas, es entre todos que hemos logrado el período de mayor paz y prosperidad de nuestra historia. Hemos superado heridas mucho mayores. Lo que pedimos ayer los catalanes en las urnas no es muy diferente de lo que piden el resto de españoles cada día: que con urgencia se deje la crispación y se comience, por fin, a gobernar.