febrero 24th
23-F: golpe de efectv
Es la comidilla del día en las redes sociales, en las redacciones y, aunque esto no me consta, podría decir que también lo es en las facultades de Periodismo. Al menos, debería serlo. Anoche, laSexta emitió, tras una larga campaña publicitaria que suscitó mucha expectación, Operación Palace. Su artífice, Jordi Évole, ya nos advertía de que se trataba de un falso documental, aunque no reveló mucho más. Sabía que no estaba inventando nada, como también sabía que estaba a punto de dar un golpe de efecto como pocos se recuerdan en la televisión de este país.
Évole jugó a ser Orson Welles y William Karel. Así, calcó los elementos básicos de La guerra de los mundos (1938), Fraude (1973) y Operación Luna (2002), aunque a diferencia de esta última, él sí previno a sus compinches protagonistas de que todo sería una farsa. José Luis Garci fue su particular Stanley Kubrick. Fernando Ónega, Iñaki Gabilondo, Joaquín Leguina, Federico Mayor Zaragoza, Iñaki Anasagasti, Jorge Verstrynge, Eduard Bosch y Felipe Alcaraz completaban un reparto de altura como excepcionales testigos del 23-F. La cadena sembró la expectación durante semanas, cumpliendo con una de las obligaciones de la televisión comercial. Eligieron el prime time dominical que cada semana ocupan los dos programas más brillantes de la cadena junto a El Intermedio: Salvados y El Objetivo. Y batieron su propio récord: 5.229.000 espectadores y un 23,9% de share, llegando en su minuto de oro (a las 22:21h.) hasta los 6.229.000 telespectadores, frente a los 4,09 millones que vieron el debate entre Artur Mas y Felipe González el pasado 2 de febrero.
Desde el comienzo del programa, las redes sociales, y muy especialmente Twitter, bullían ante la tesis que el mockumentary planteó magistralmente en sus primeros diez minutos: el 23-F fue un montaje para legitimar ante la opinión pública la figura del Rey. El acontecimiento elegido no pudo estar más acertado, al ser uno de los capítulos más oscuros de la historia de España. Una vez revuelta el agua y lanzada la red, sólo faltaba esperar a que ver cuántos caían en ella. Y fueron muchos. Fuimos, he de decir. Lo cierto es que las fuentes eran de primera categoría, el tono inicial era serio (si bien no resultó difícil intuir la farsa a los pocos minutos) y, el quid de la cuestión: Jordi Évole se ha labrado una de las credibilidades más altas que hoy existen por aquí. Lo ha logrado domingo tras domingo gracias a sus preguntas llanas, directas y capciosas en tono casi naif. Su trabajo demuestra que la calidad y lo comercial no son, por más que otros lo hayan repetido hasta la saciedad, conceptos antagónicos. Y el resultado es, para mí, uno de los pocos reductos de Periodismo en este país. Sin necesidad de grandes estudios ni trajes made-to-measure ni corbatas hortera ni grandilocuencias se ha metido a la audiencia y la crítica en el bolsillo de sus vaqueros. O puede que haya sido precisamente gracias a la ausencia de todo eso. El público al que se dirige se identifica con él y, lo que es más importante, con las preguntas que hace. Son esas preguntas que cualquier españolito de a pie le haría a los poderosos. Son esas preguntas que quedan diluídas, cuando no brillan por su ausencia, en boca de esos periodistas pelotas absurdamente mejor pagados y más célebres que él.
Twitter fue anoche un campo de batalla durante la emisión de Operación Palace. Y aún coleaba en el Trending Topic esta mañana. Allí convergieron los que babeaban con el hecho de que se les contara lo que querían escuchar desde hace años con políticos como la socialista Beatriz Talegón, que se tragó la mentira desde el primer minuto ante más de 36.000 seguidores. Más grave aún fue el caso de algunos reputados periodistas cuyos tuits evidenciaron que lo de reputados les queda grande. Esa fue sólo una de las grandes revelaciones de la noche, porque la verdad es que la grandeza del falso documental fue ofrecer un buen puñado de lecturas y reflexiones sobre la comunicación y, en última instancia, sobre el concepto mismo de ciudadadanía.
La constatación de lo maleable que resulta la opinión pública, la adulteración como elemento base de la historiografía, el papel de los medios de comunicación en el debate público, el mimetismo crítico, el auge del Periodismo de fuentes, el prestigio de una de las instituciones sobre las que supuestamente se asienta una nación, el poder de la televisión conjugada con las redes sociales, el metalenguaje, el populismo, el abordaje y la desmitificación del paradigma de un proceso histórico (la Transición) sometido actualmente a revisión, la facilidad de manipular a una masa ansiosa… las cartas puestas sobre la mesa eran cuestiones de primer nivel difícilmente planteables de otra manera. Y los códigos empleados para ello, televisión en estado puro.
Pocos se han quedado indiferentes ante Operación Palace, lo cual es otro de sus objetivos conseguidos. Sus detractores afirman que no era necesario engañar a la audiencia para demostrarles que se la puede engañar. ¿Qué otro modo mejor, si no? A otros les repulsa que periodistas de la talla de Gabilondo se hayan prestado a ello. Otros aseguran que nunca se lo perdonarán a Évole, que explicó las razones de todo en este vídeo:
Otros muchos han caído precisamente en lo que critica el programa: que en una democracia consolidada no debería haber asuntos comunes tratados como nichos con flores ante los que guardar silencio eterno. De otro lado, la ira de los conspiranoicos que sintieron el duro golpe del suelo tras haber volado muy alto durante un ratito. Aunque tampoco sería justo obviar otra de las preguntas planteadas por Operación Palace: ¿Puede una mentira explicar una verdad? No fuimos pocos los que, después de todo, pensamos cuánto de cierto había en la farsa, sabiendo que grandes verdades suelen colarse en las pequeñas bromas.
Con este experimento, Jordi Évole no sólo trae a nuestro mortecino panorama mediático un soplo de aire fresco y unas cuestiones que todo ciudadano debiera plantearse a diario de una manera constructiva, sino que ha optado por poner a prueba su propia credibilidad. Por ofrecerla en bandeja de plata incluso. Dicho de otro modo, creo que ha sido muy valiente al meterse en semejante jardín en lo más alto de su carrera. Y lo ha hecho para darnos a todos una bofetada muy necesaria. Los medios de comunicación y la relación que la ciudadanía establece con ellos son un perfecto termómetro para las democracias, entre otras cosas para poder decir con propiedad aquello de si es la nuestra sigue siendo joven, como se empeñan en repetir, o resulta que ya ha madurado.
Claro que madurar también implica tomarse asuntos serios con sentido del humor. Y de eso tenemos mucho, ¿verdad?