marzo 24th
Casualidad y causalidad
Cuando una pieza queda fuera de juego, ¿es casualidad o causalidad?
No creo en las casualidades. Al menos en el ámbito público, basta con analizar con más o menos tino la realidad para dar con los motivos de determinados hechos. No creo, pues, en la casualidad sino en la causalidad.
El asesinato de cuatro personas ocurrido esta semana en Toulouse no es una casualidad. Ocurre sólo unos meses después de la masacre que el pasado verano vivió Noruega, ese país modélico a los ojos del sur de Europa. Ocurre también en medio de una crisis económica cuyo calado ha dado lugar a otras crisis paralelas aún más profundas, más duraderas y más peligrosas. Esas otras crisis son más difíciles de reconocer y por tanto, de combatir. No hay un fondo de rescate para ellas ni tienen cabida, al menos de momento, en las agendas de las reuniones de los líderes mundiales. Subyacen de una manera u otra en todas las sociedades que componen ese crisol de culturas que un día ya lejano pretendió ser la Unión Europea. Son la crisis relacionadas con el odio en sus diferentes encarnaciones.
El racismo, la xenofobia, la homofobia y el machismo viven hoy un dulce momento a la par que la derecha. ¿Casualidad? No. Causalidad. Si la derecha ha ganado tanto terreno europeo en un tiempo récord ha sido precisamente porque la crisis económica le ha abonado el terreno para sembrar el miedo. Aquello de «hay demasiados inmigrantes que vienen a quitarnos lo nuestro», ya conocen la canción. Como saben, el miedo es una perfecta arma de manipulación y la mejor herramienta de sometimiento que existe.
El miedo a lo desconocido siempre ha existido porque es cosustancial al ser humano. Pero en términos sociales, ese desconocido resulta ser el que está en minoría, el que tiene menos recursos, el que cuenta con menos voz, el que tiene un comportamiento diferente a la masa en que se inscribe. Es el más débil. El blanco de críticas más fácil en épocas de recesión. Desde las instancias que gestionan la vida pública de una determinada sociedad se puede combatir ese miedo, del mismo modo que también puede alimentarse. Y esto último es lo que ha decidido hacer el sector más reaccionario de Europa, que ha visto en la actual coyuntura una oportunidad electoral.
Nicolas Sarkozy criminalizó a los gitanos procedentes de Rumanía y emprendió contra ellos una campaña de expulsión de Francia ante la connivencia del resto de naciones. Vulneraron así una de las principales libertades que dieron origen y razón de ser a la Unión Europea: la libertad de circulación de personas. El de Francia es el perfecto ejemplo de perversión de los ideales de fundación de la UE, que ha pasado a ser tan sólo un banco gigantesco. Y he ahí uno de los motivos esenciales de su crisis identitaria. Los europeos ya no creen en Europa. Sólo el dinero se mueve con verdadera libertad. Lo que en su día fue un proyecto alentador al que los gobiernos quisieron unirse a cualquier precio tan sólo ha conseguido globalizar los aspectos negativos, entre ellos el odio que hoy campa de norte a sur como una peste. ¿En qué otro contexto si no se entendería el auge del mismo fenómeno que arrasó el continente hace sólo 73 años?
Nadie sabe dónde ha quedado el espíritu nacido en esta parte del globo tras las consecuencias de la II Guerra Mundial. Encerrado en alguna caja de caudales, tal vez. Mientras, los hechos se suceden como una escalada de odio hipertrofiada. La semana pasada, el nuevo jefe de inmigración de Sarkozy, Arno Klarsfeld, pidió levantar un muro entre Grecia y Turquía para mantener a Europa «a salvo de las invasiones bárbaras». En los países nórdicos, la socialdemocracia languidece (donde, por otro lado, discuten por hacer algo así como una patente del Estado del Bienestar) cuando hace apenas una década era un modelo. Unas cien personas arrasaron un campamento de gitanos en Turín hace unas semanas. Dos días después, un florentino mató a dos vendedores ambulantes de origen senegalés e hirió a tres. Y suma y sigue. Algunos se empeñan en tildarlos como poco menos que anécdotas. Pero muchos hechos aislados [sic.] componen un fenómeno. El asesino de Toulouse, recordemos, no era un ser de otro planeta. Estaba socializado en un entorno favorable al odio, y ese entorno forma parte de la Europa actual.
Pensarán ustedes que el chalado este era un simple fundamentalista islámico. No les faltará razón. Pero díganme, si pueden, qué diferencia hay respecto a las bases de cualquier otro fundamentalismo. Y díganme, sobre todo, si dos matanzas en menos de un año precisamente en Noruega y Francia son producto de la casualidad.
comment-968
Estoy de acuerdo con tu entrada. Quieren vender democracia cuando nos dan demagogia. No es una cuestion de izquierdas o derechas, sino de igualdad humana. No aprendemos de nuestros errores y por eso el hombre es el unico animal que cae dos veces por la misma piedra. Y lo peor de todo es que la juventud, entre la que me encuentro, estamos perdiendo la esperanza, no creemos ni en España, ni en Europa, ni en el mundo en general. Siempre he luchado por lo correcto pero esa lucha es mucho mas complicada. No hay buenos ni malos. No hay justos o injustos. Un asesino puede ayudar a una persona a cruzar la calle y diremos que buena persona es. Es la virtud o el gran error de nuestra especie; nunca sabremos quien miente o quien dice la verdad. Es muy duro mirar hacia el futuro porque al menos a mi me produce escalofrios. la crisis, la pobreza, el hambre, la contaminación, la lucha de clases, el turnismo electoral… hay muchas veces que desearia ser ignorante y vivir bajo el arbol de la vida porque aunque nos empeñemos en cambiarlo, sufrimos mas los que nos protejemos bajo el arbol de la ciencia.
Un saludo
comment-967
Muy buen blog, es todo muy cierto lo que decis y es muy linda tu forma de expresarte. Te sigo.