febrero 24th
La oscuridad del cisne
No les desvelaré aquí nada esencial de la trama (o como dicen los más modernos, nada de spoilers, esa palabra que sospecho destinada a quedarse con nosotros). Sí les diré que muy probablemente sea la mejor interpretación de Natalie Portman hasta la fecha y que tiene todas las papeletas para recoger el Oscar este domingo y que, junto a Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010) y El discurso del rey (The King’s speech, Tom Hooper, 2010) eleva el nivel de esta octogésima tercera edición por encima de muchas otras. Las vicisitudes de una joven bailarina en su lucha consigo misma nos muestran las galerías psicológicas más oscuras de un personaje que evoluciona de la candidez a la turbulencia a lo largo de un thriller muy cercano al terror psicológico con notas surrealistas. Si de veras se meten en la película -y a mí me resultó fácil- les aseguro momentos de angustia. Algunos profesionales de la danza han criticado aspectos técnicos del arte mostrado en pantalla, pero es que no se trata de una película de ballet. Otros ven en ella un pastiche de Polanski, y yo me pregunto si ellos serían capaces de escribir una sola línea de guión sin el menor atisbo de influencia de más un siglo de cine. La única pega es quizá su falta de sutileza, pero es algo en lo que yo mismo caigo a menudo.
Desde mi ignorante perspectiva, siempre he supuesto una cierta obsesión a determinadas artes. El piano es una y la danza es otra. Pude comprobarlo hace años en algunos de mis compañeros de clase en el colegio o el instituto. Admiraba esa capacidad de extrema dedicación diaria que puede hacer a uno abandonar una reunión de amigos en lo mejor de la velada para irse a practicar. Pero no sólo era admiración. Los extremos en las actitudes que las personas desarrollan hacia su profesión provocan en mí sensaciones muy dispares. La desidia me causa ira y la obsesión, tristeza.
Pero, ¿es realmente triste que alguien se entregue en cuerpo y alma a una pasión razonada? ¿Por qué es tan condenable la intensidad en nuestra sociedad de tibiezas dispares? No sé cuánto de envidia no reconocida hay en ello. Me resulta paradójico observar cómo hiperfragmentamos cada día más nuestro conocimiento y sin embargo, no terminamos de ver bien esas entregas totales; se supone que debemos aprovechar la cantidad de recursos que hoy tenemos a mano, aunque la mayoría de ellos sean idiotizadores.
Pues bien, aunque esta no es la cuestión principal que seguramente se planteen al salir de verla -el largometraje aborda más la lucha del bien contra el mal o lo peligroso de las frustraciones-, puede que sí sea una de ellas. En todo caso, no se quedarán indiferentes porque en el fondo, quizá se asusten más de lo que piensan al verse reconocidos en la protagonista.
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