diciembre 12th
Llevo en mi mundo que florece todos los mundos que han fracasado
En este 2010 que ya termina se ha celebrado el centésimo quincuagésimo (esto es, el 150º) aniversario del nacimiento de uno de los autores que más me han inspirado jamás: el autor indio Rabindranath Tagore, también conocido como El poeta del amor. En estas semanas en que Vargas Llosa ha copado la atención de los medios hispanohablantes tras recibir el Nobel de Literatura, me parece conveniente rescatar a este indio e hindú que también recogió dicho galardón, en 1913.
El cartero del rey fue la primera obra que leí, su pieza teatral más célebre. Tenía yo unos dieciséis años y aquel libro me enganchó hasta convertirme en tagoreano. Algunos de ustedes se sorprenderán ante tal revelación conociendo mi marcado carácter agnóstico y siendo Tagore tan notablemente religioso. Pues ya ven. Comparto con su pensamiento muchas más cosas de las que puedan imaginar.
Parte de mi pequeña gran fascinación por él se debe a su ingente talento. Tagore fue un humanista como no había conocido el mundo desde Da Vinci: escritor, educador, músico y pintor; su obra es prácticamente inabarcable. Buena parte de ella la tenemos en España, en concreto en Orense, donde nadie se ha interesado de verdad por ella. ¿Modas? Puede ser, de igual modo que puede que el año que viene alguien decida ponerlo de moda y se la rifen. Sería un horror, pero estas cosas son más habituales de lo que parece.
Aunque Tagore apoyó el movimiento de independencia indio (suyo es el himno de India y también el de Bangladesh), siempre criticó los nacionalismos. Fue uno de los mayores adalides del cosmopolitismo del pasado siglo, un pionero y un férreo defensor del diálogo multicultural -del que últimamente han renegado algunos políticos y demasiadas sociedades-. Se le suele considerar un creador romántico e idealista, razón por la que supongo su obra no encaja demasiado en la actual posmodernidad. Sin embargo, no imagino yo un contexto más apropiado para redescubrir a Tagore que éste que hoy vivimos. Su filosofía de paz y armonía, lejos de lo naif, es de una validez apabullante. Él buscaba la unidad en la heterogeneidad -aborrecía la uniformidad-, y de la lectura de su obra se desprende un interés por aquello que nos une de manera invisible más allá de las obviedades que nos diferencian (y sobre las que se ha cimentado nuestra sociedad).
Se identifiquen ustedes o no con ese movimiento back to basics que serpentea los ostentosos pilares occidentales que hoy se tambalean, encontrarán en la poesía de Tagore una de las razones por las que volver a creer en el ser humano. Merece la pena.
comment-1035
Post inspirador donde los haya. No he leído nada de Tagore. Siempre está pendiente pero siempre se le adelantan…
En cuanto a la frase final,como la vida misma: levantarse después de caer porque es tan fácil tropezar…
Un saludo!
comment-1034
Interesante entrada esta primera que leo de tu blog
Voy a darme una vuelta por alguna más
Un saludo