octubre 5th
La riqueza está en tu cabeza [sic.]
Sin querer queriendo, de repente saco un tema parecido al del anterior post. Hace poco leía un ensayo sobre la subjetividad que me hizo reflexionar. Continuamente renegamos de lo subjetivo, en busca de verdades absolutas e irrefutables. Parece que cada vez importan menos los particulares puntos de vista y cobra más peso la visión única de las cosas. Nada más triste para el enriquecimiento personal, ¿no? El arte bien vale como ejemplo. ¿Acaso no es halagador para un artista que entre su público haya disparidad de interpretaciones de su obra? Cuando uno lee una novela o ve una película, ¿pretende hallar objetividad en la narración de los hechos? Depende, dirán muchos, de si se trata, por ejemplo, de una novela histórica o una película documental; aquí se considera que la visión del autor no debería interferir, pero ¿no están hechas igualmente por personas?
Lo mismo ocurre con los periodistas, a quienes se nos presupone un don especial para abordar los temas con objetividad, dichosa palabra. Menos mal que desde la facultad me enseñaron a renunciar a ella, sencillamente porque la objetividad total no existe en periodismo (si bien debemos aspirar a la imparcialidad). Con los profesores ocurre lo mismo. En uno y otro caso, yo personalmente considero que el hecho de no ser objetivos es positivo, enriquecedor para sus respectivos públicos. Entiendo, claro, que estas audiencias son lo suficientemente inteligentes como para percibir esto de antemano. Este fue uno de mis grandes temas de debate en la universidad. ¿Deben los profesores aportar sus puntos de vista? Desde luego, en esos niveles de formación, lo creo mucho mejor que dictar lo que diga un simple manual (por otro lado, escrito por una subjetivísima persona).
Quiero decir que solemos despreciar algo que es innato y vital para nosotros. ¿Significa esto que cada vez creemos menos en nosotros mismos? Yo creo que sí. La subjetividad es en parte producto de la experiencia, y la vida no es sino un hilo de experiencias. Por tanto, podemos decir que somos vitalmente subjetivos, ¿no? Pero ya sólo nos fiamos de la ciencia y de lo empíricamente demostrable. O, lo que es lo mismo, fomentamos una manera de inhibir y, a la larga, atrofiar facultades tan personales como la intuición, sin duda una de las partes más importantes en la irrepetible impronta personal de cada uno. Como cualquier otra facultad, la intución se desarolla con el uso. Y no parecemos estar muy dispuestos a usarla.
La intuición, la experiencia, el pensamiento y, en definitiva, el mundo de lo subjetivo que aquí defiendo, componen la materia prima de lo que se conoce como «inteligencia emocional». Pero de eso ya hablaremos otro día.