enero 9th
Las personas mayores no son ‘abuelos’
Las fiestas navideñas ya han pasado. Este año han cambiado muchas cosas en ellas; no han sido como solían ser en el pasado, pero tampoco como acontecieron en diciembre de 2020, cuando apenas se comenzaba a administrar la vacuna contra el covid en España. La sexta ola de la pandemia, protagonizada por la variante ómicron, las ha fastidiado a última hora. El resultado ha sido un término medio bastante extraño, entre la normalidad y la excepcionalidad.
Sin embargo, hay algo que no cambiado nada esta Navidad: su carácter familiar. Un año más, todo el mundo corría a ver a su familia, estuviera cerca o lejos. La prueba de ello pudo verse los días previos a la Nochebuena en Madrid, donde miles de personas aguardaban largas colas para hacerse un test que sentenciara que podían marcharse tranquilos a comerse el turrón con los padres y los abuelos.
Pero mi mirada no estaba en lo que hacía la mayoría. Esa historia ya la conocemos. Me interesaba lo que hacía la minoría. O, al menos, los que no se veían reflejados en el discurso navideño dominante. Aquellos que no tenían una familia a la que regresar, ni un hogar con un árbol de Navidad con regalos al pie, ni niños a los que hablar de los Reyes Magos. Esta vez, por diversas razones, mi pensamiento fue a parar a las personas mayores. Hay una pregunta que no ha dejado de rondar mi cabeza a lo largo de las últimas semanas. Es la misma cuestión que me ha hecho abrir esta web después de tanto tiempo y ponerme a escribir.
La pregunta es: ¿por qué siempre llamamos abuelos a las personas mayores? Los niños son niños, los jóvenes son jóvenes y los adultos son adultos. Pero los viejos son abuelos. ¿Por qué?
Hemos hablado mucho de ellos y ellas durante la pandemia, ya que son el grupo de edad con mayor riesgo. Pero la mayor parte de las veces la referencia es la posición familiar, sea verdadera o no. Dudo que a una persona mayor le ofenda que le digan abuelo o abuela, pero no se trata de una cuestión individual, sino de lo que el hecho en sí dice sobre nuestra sociedad. Ya saben que las palabras que empleamos son producto de una serie de factores. Entre ellos, el determinante aquí parece ser el de utilidad social. ¿Qué haríamos sin los abuelos?, se preguntan en voz alta esos padres agobiados por escuelas que cierran mientras las oficinas continúan exigiendo presencialidad. Una pregunta que recalca el papel de esas personas mayores como cuidadoras.

Hemos superado el mito-escollo de la mujer como madre, pero no el de las personas mayores como abuelos. Quizá tengamos como asignatura pendiente desgajar la utilidad social o el rol familiar de la identidad de las personas mayores. Por diversas circunstancias, no todas ellas son abuelos; una tendencia que, a la vista de los datos demográficos, seguirá creciendo a la largo de las próximas décadas. Pero incluso aquellos que sí lo sean, ¿merecen ser tratados únicamente como tales? ¿Merecería ser tratado un adulto únicamente como madre o padre? Subyace sin duda el concepto de utilidad social: una vez terminada tu vida laboral, tu contribución se reduce al papel cuidador. Porque, tal como está diseñada nuestra sociedad, somos lo que aportamos. Por eso el trabajo ha desempeñado un papel fundamental en la construcción de la identidad de muchas generaciones, algo que ha empezado a quebrarse con los millennials y que se palpa especialmente entre la Generación Z.
Pero esta es la reflexión de un hombre homosexual de 38 años en plena crisis vital, de modo que hay otro factor que no debe olvidarse: la particularidad LGTBI. Para la mayor parte de esta comunidad, la vejez es al mismo tiempo un tabú y una pesadilla. Una tendencia especialmente acusada entre los gays, por varios motivos. El primero de ellos, la dificultad obvia para tener descendencia. Hagan la prueba: pregúntele a sus amigos cishetero sobre cómo se imaginan su vejez, y seguramente se encuentren con una respuesta en la que hay hijos o nietos. Hagan lo mismo con sus amigos LGTBI y verán la diferencia en la contestación.
Otro importante factor es la dominancia de una narrativa gay donde todo es juventud, músculos, sexo, estatus y una increíble vida social. Sin duda, vivimos tiempos en los que la diversidad ha cobrado un gran protagonismo. También en este sentido. El discurso sobre la nueva masculinidad también va abriéndose paso poco a poco, y ser un hombre ya no está relacionado únicamente con un rol productor o proveedor. Pero no existen todavía referentes sólidos de personas LGTBI mayores. Personas, que por supuesto, no son abuelos. Si acudimos al cine (uno de los mayores agentes constructores del imaginario colectivo), encontramos apenas unas excepciones que, además, cumplen con una regla que era muy habitual en la representación cinematográfica de lo LGTBI hasta bien entrado el siglo XXI: un destino abocado a la desgracia. Dolor. Soledad. Enfermedad. Muerte.
La vejez es siempre un tabú para una sociedad obsesionada con la productividad, pero en el caso LGTBI, el mencionado rol de abuelo al que hemos reducido a las personas mayores sencillamente desaparece. ¿Qué queda entonces?
La cuestión de la soledad gay en la tercera edad quedaba muy bien reflejada en este artículo publicado recientemente en ICON, la revista masculina de El País. La Fundación 26 de diciembre, encargada de poner en marcha la primera residencia LGTBI en España, trabaja en este país precisamente para brindar a esas personas mayores las condiciones necesarias para una vida plena y digna. Crear una red es fundamental para ellos. Cuando no hay familia o la familia lo rechaza a uno, solo existe la opción de crear tu propio entorno con personas en situaciones similares. He ahí la colectividad que tanto le molesta a algunos (los que despotrican del concepto comunidad LGTBI) y que, sin embargo, para muchos es la única manera de salvar sus vidas.
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- LGTBI