julio 9th
Banderas rojigualdas
Comienza un fin de semana en que las banderas van a tener un notable protagonismo en Cataluña. Mañana sábado tendrá lugar en el centro de Barcelona la manifestación en contra del recorte que el Tribunal Constitucional ha impuesto al Estatut de Cataluña, en trámite (por llamarlo de algún modo) para aprobación desde hace cuatro años. Esta tarde he podido ver desde la Diagonal bastantes balcones de donde colgaba la senyera, la bandera catalana. Hay que desplazarse un poco más allá del centro, como la zona donde vivo yo, para ver banderas de España, con un fin bien diferente: el de mostrar apoyo a la selección española de fútbol para la final del Mundial que se celebra pasado mañana y que paralizará el país (España, digo). Metáfora perfecta ésta de las banderas -en el centro o más alejada- del (mal)trato del castellano en Cataluña.
Como buen arma puramente emocional que es, el fútbol siempre está empapado y empañado de sentimientos nacionalistas. A fin de cuentas, no deja de ser folklore. Yo particularmente siento mucho vivir en una ciudad cuyo ajuntament (aquí eso de ‘ayuntamiento’ no existe) que directamente ignora quienes piensan o sienten como yo. Un gesto tan modesto como es poner una pantalla donde se proyectase el partido de semifinal, en respuesta a una cierta demanda popular, hubiese bastado. Pero no. Esas pantallas que pagamos todos son sólo para el Barça, porque ya se sabe que el cien por cien de los barceloneses sin excepción son de tal club, només faltaria.
Momento propicio este para plantear la cuestión de los elementos que componen la identidad nacional. ¿Una bandera? ¿Unos colores? ¿Una lengua? ¿Un territorio? ¿Una cultura? ¿Una religión? Sin duda, un tema muy denso. Lo peor es que siempre comienza como una cuestión racional y acaba en una suerte de romanticismo patético cuajado de estereotipos y simplicidades derivadas. Como bien recuerda la mente preclara de Bernard Henry Lévy en este artículo publicado en El País el pasado enero, Claude Lévi-Strauss advertía que reducir una nación a un catálogo estereotipado de rasgos es llevarla a la muerte. Lo hizo nada menos que en la entrega del Premio Catalunya en mayo de 2005. No hablaba entonces un hombre cualquiera. Les digo por experiencia que aquí hasta la portera habla de nacionalismo sin tener la más mínima idea de lo que eso significa en realidad, ni mucho menos de su tipología. El caso es hablar y hacer ruido, un derecho que por otro lado obviamente siempre defenderé.
Ruido harán, y mucho, los nacionalistas catalanes (que no Cataluña, por más que se empeñen en hablar en nombre de todos de manera autoritaria) mañana. Así deben hacerlo si así lo creen necesario en este fin de semana rojigualdo por donde se mire. Pero quedarán en cantos de ruiseñores frente a las atronadoras vuvucelas dominicales que espero -desde lo más profundo de mi irracionalidad- canten el triunfo de España.
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comment-1086
¡Qué gusto cuando estamos de acuerdo!
Y añado: campeones, campeones, oé, oé, oé.