noviembre 14th
De disfraces y bancos de peces
Me gustan las fiestas de disfraces. Ya sea con motivo de Carnaval, Halloween o fin de año, asistir a una fiesta de disfraces supone haber aceptado las reglas de un juego. Las caras se maquillan o se enmascaran, el cabello se cubre con pelucas, la voz se engola, los gestos se exageran, la actitud se distorsiona. Todos los participantes aceptan de buen grado formar parte de una farsa momentánea. Es una farsa honrada porque acepta honradamente su carácter de farsa.
Por supuesto que las hay. Las campañas electorales son fiestas de disfraces disfrazadas, en el sentido de ser farsas enmascaradas. Sus protagonistas actúan como si el público que los contempla aún pensara que todo aquello es algo real. Como si los ocupantes de una platea no fuesen conscientes de dónde estan sentados.
Estos días estamos viendo cómo los políticos de uno y otro color se disfrazan de personas. Ya no son esos que encubren casos de corrupción, o esos que deciden que no podemos ir a urgencias de noche o que los niños de hoy van a tener una educación más pobre que los niños de ayer. Ahora son personas que van a visitar fábricas, centros de formación profesional, colegios o barrios periféricos que no saben muy bien dónde quedan. Todo forma parte de un teatro absurdo: ellos saben que no son así. A quienes piden el voto saben que no son así. Ellos saben que a los que piden el voto saben que no son así. Dónde está el sentido de todo, explíquenmelo ustedes. En alguna parte del camino que llevó al desencanto ciudadano por la política se quedó varado el sentido de las campañas electorales.
En la Universidad siempre me llamaban la atención los temas relacionados con la propaganda. Alucinaba con la capacidad que han tenido históricamente algunos líderes de avivar a la turba, de borrar de la mente de esas personas varios años de fechorías con una simbología o un discurso exaltado -nada fácil de elaborar, como demuestra el leer tan sólo unas páginas de la Retórica de Aristóteles-. Es, seguramente, la mayor expresión del arte de la manipulación. Supongo que mi interés se debe a que desde siempre me ha gustado observar lo gregario del comportamiento humano; cómo cambia nuestro modo de actuar e incluso de pensar cuando estamos inmersos en una muchedumbre. Ya se sabe que la multitud aliena al individuo, anula las características de la parte para realzar las del todo.
Últimamente me ha dado por ver documentales sobre animales los domingos por la tarde. Cosas del otoño. En algunos explican cómo los bancos de peces son una herramienta de protección para ellos ante el ataque de cazadores como los tiburones o las focas. Ver moverse de manera tan sincronizada a miles de peces a la vez parece cosa de ciencia-ficción. Conforman una masa tan unida, tan compacta y tan ágil que consiguen que el temido atacante se retire exhausto sin probar bocado… a no ser que uno de esos peces decida desmarcarse del grupo. Entonces es una presa fácil.
Y yo me quedo sorprendido de lo asombrosamente parecida que es nuestra sociedad a uno de esos bancos de peces.
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Vuelvo a ser blogguer. NO conocia yo tu blog. Te leo…