marzo 9th
El extraño poder de lo inaudito
Ayer fue un día muy especial en la ciudad de Barcelona, donde vivo. El parte meteorológico había anunciado algo, pero no por ello dejó de ser sorprendente. Una intensa nevada como no se recordaba desde 1962 cubrió la ciudad con un manto blanco, haciendo de ella un formidable espectáculo visual aún mayor del que ya suele ofrecer la Condal.
Habrán visto ustedes toda clase de imágenes sobre la nevada en las noticias, sobre el colapso que produjo en el tráfico y el transporte público, e incluso sobre cómo este alcalde nuestro es de lo peorcito. Sin embargo, y más allá de todo ese ruido, quiero compartir con ustedes otra experiencia.
En cuanto tuve la oportunidad, tomé mi cámara de fotos y me fui a retratar la Sagrada Familia. La verdad es que el monumento en sí no estaba muy cubierto de blanco; de hecho, a esa hora de la tarde ya no caían copos y el viento azotaba las torres y el cimborrio en obras, haciendo volar sobre nuestras cabezas grandes cantidades de nieve acumulada, que crujía al despedazarse contra el suelo. El albero de los parques colindantes se tornó en un lodazal incomodísimo. Aún así, observé algo que me sorprendió aún más que la propia nevada (la primera que veo caer en mi vida, fíjense ustedes; cosas de criarse en un desierto como es Almería): ¡la gente sonreía por la calle!
En un lugar donde toparse con millones de caras amargadas a diario es de lo más normal y donde reirse sin razón por la calle puede resultar estúpido a los demás, lo extraño era ver a la gente feliz porque sí. Yo mismo tenía los pies empapados dentro de mis botas y me daba igual. Al cruzar con dificultad un paso de peatones siguiendo la senda de huellas dejadas por otros entre el hielo, uno se paraba ante otro peatón que caminaba la misma senda en sentido opuesto, alzaba la vista del suelo, veía al otro y saltaba una sonrisa en ambos justo antes de continuar cada uno por su lado. ¿Cuándo demonios he visto yo eso? Lo más normal es que si alguien se cruza en tu camino en otras circunstancias te acuerdes de la madre que lo parió.
Era como si la nieve hubiese cubierto por unas horas toda esa mala leche que hierve en una gran ciudad cada día. Al menos en el centro, que no quiero imaginar yo el ánimo de los conductores en las vías de acceso. La gente compartía su paraguas con desconocidos y charlaba animadamente; los turistas buscaban ese sol que pintó Miró; los tenderos se quejaban; los barceloneses se hacían fotos junto a sus monumentos por primera vez; muchos tendían una mano a los ancianos para que no resbalasen; los niños hacían muñecos de nieve y los parados, demasiados, vieron interrumpida su desesperante rutina por un día. Si esto es vida pueblerina, bendita sea.
Y hasta esta rosa, tan asociada a Barcelona, contemplaba felizmente atónita el extraño poder de lo inaudito.
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comment-1140
Es verdad, julio, yo también me fijé en eso. Lo que nos hace felices de verdad, es siempre algo sencillo.
Comprobé esa actitud de felicidad generalizada en Barcelona el lunes y el día que el barça ganó el triplete.
😉
Por cierto, encantada de encontrarte por aquí. Nos conocimos en casa de Mar hace bastante. Un beso.
comment-1139
Encantado yo también, Elena. Gracias por tu comentario. ¿Sigues diseñando joyas?
comment-1138
Oye, y digo yo… esas sonrisas… no serían por el frio??
Sea como fuere, me alegro de que haya servido para acercar a la butaca algo de optimismo hombre, que llevabas un tiempo muy renegón…
Abrazos fresquitos 😛
comment-1135
pues genial.. ya quisiera conocer la nieve algún día.