marzo 27th
Empatía
En las muchas reflexiones de estos días, no he podido evitar pensar en que hoy la sociedad en su conjunto está viviendo algo (en parte) similar a lo que la comunidad LGTBI vivió con especial crueldad en los 80 y 90.
Un virus seguido de un síndrome que la puso en jaque. Una enfermedad cuyo comportamiento se desconocía y cuya evolución no se podía prever con certeza. Un arma arrojadiza más para una sociedad homófoba y tránsfoba, que con toda la crueldad la llamó el cáncer rosa. Hoy, razonablemente, todo es comprensión hacia las personas enfermas por coronavirus. En aquel momento, sobre los infectados caía un estigma y una culpa con un marcado arraigo religioso, por el mero hecho de tratarse de personas sexualmente libres. Porque eso era lo que cercenaba el virus: la sexualidad. Arrancaba una parte natural de la vida. Consiguió acabar con toda una época de libertad, de sueños, de música, de baile, de contemplar desnudos atardeceres en Fire Island o Es Vedrà, de descubrir nuevas sensaciones bajo una bola de espejos. Arrasó con una generación.
Hubo un tiempo en que, cada vez que alguien levantaba el teléfono, era para recibir la noticia de la muerte de un ser querido o de un diagnóstico positivo, ajeno o propio.
Nada volvió a ser igual para mi comunidad desde entonces. Cuando vosotros, amigos cis y heterosexuales, sentís ahora el miedo de una enfermedad que puede estar en el pomo de vuestra puerta, estáis más cerca de haceros una idea de aquello que a las personas como yo le han inoculado en su mente desde antes de ser un adolescente. Algo con lo que hemos crecido. “Cuidado con lo que haces, porque hay una enfermedad ahí fuera, muy cerca, que puede costarte la vida” es, por desgracia, un mantra que nos resulta familiar a los que nacimos en los 80.
Sirva esta crisis, pues, como ejercicio de empatía.
Foto: Mika Baumeister / Unsplash