Algo me inquieta últimamente. Algo que no debería sorprenderme porque es consecuencia lógica del momento que vivimos. Conforme la crisis alcanza su cénit, el miedo crece. Miedo a ser despedido, miedo a ser embargado, miedo a ser desahuciado. El miedo modifica nuestras prioridades, nos obceca y asume el control de nuestras vidas. Ese miedo hace que ya no miremos al futuro para pedirle cosas, sino (por primera vez) para rogarle mantener lo que tenemos. El progreso, pues, y los cambios e incertidumbre que éste conlleva, quedan olvidados. El único cambio del que quiere oír hablar la gente es el de la mejora de la economía.

Este escenario tan tétrico es el campo mejor abonado que puede encontrar la derecha para su ascenso. Y así está ocurriendo. Todos los sondeos señalan que el PP ganará las elecciones europeas del próximo 7 de junio.

El hecho que mejor ilustra esta tendencia ocurre en las grandes ciudades de España. Salvo excepciones como Barcelona (donde tengo el gusto de vivir), se están convirtiendo en feudos de la derecha. ¿Cómo se explica esto? Primero, por la espantada de la juventud. Pese a haber estallado la burbuja inmobiliaria, la vivienda sigue teniendo precios prohibitivos, sobre todo para los jóvenes, quienes se han visto obligados a establecerse en las afueras. Es entonces cuando en las capitales quedan los inmigrantes, que componen un colectivo cada vez más importante pero con una abstención política altísima; personas mayores, personas con un alto poder adquisitivo (ambas tradicionalmente de tendencia conservadora), y otras de renta baja en cuyas preocupaciones no entra la política. A esto hay que unir la movilización de voto que está logrando la derecha debido al enorme desgaste que la crisis está ejerciendo sobre el Gobierno socialista. Resultado: si hoy hubiese elecciones generales, Rajoy saldría elegido presidente, más beneficiado por la coyuntura que por méritos propios. Todo apunta a que este razonamiento puede aplicarse a las inminentes europeas.

Otra cuestión es la muerte de las ideologías. A mí aún me resulta increíble comprobar cómo el dinero ha conseguido sustituir hasta eso. Muy probablemente me esté equivocando al hablar de izquierdas y derechas en España. Me entristece ver cómo alguien que ha votado a la izquierda pase sin más al voto de derechas por una mera cuestión monetaria. Cada vez que escucho algo parecido a “yo votaré al PP porque con el PSOE no llego a fin de mes” se me ponen los pelos como escarpias. Esto plantea también el debate del valor de los votos. ¿Todos los que votan saben realmente lo que están votando? Hay muchas cuestiones, pero pocas ganas de reflexionar sobre ellas.

Y es que la razón brillará por su ausencia en estas elecciones, más dominadas por ese miedo que nos ha poseído. ¿Hay acaso un mayor enemigo para la libertad?