marzo 18th
Felicidad
A veces -muchas los más reflexivos, pocas los menos- nos paramos a pensar qué es lo que nos mueve en la vida; cuál es el motor que impulsa nuestro mecanismo. Le damos muchas vueltas, pero al final todos llegamos al mismo fin: nos mueve la búsqueda de la felicidad. Nótese que digo búsqueda y no la felicidad en sí. La vida es, pues, una búsqueda, en el sentido de trayectoria, de dinamismo y no de estado. La salud, el trabajo, el dinero e incluso el amor no son más que caminos que nos llevan a la felicidad. O más bien, a lo que cada uno entiende por felicidad.
Nuestro cerebro tiene un modo de pensar que le es inherente y por tanto, nada tiene que ver con nuestros pensamientos o nuestra educación. Pensamos por categorías, de manera que sin quererlo y muchas veces sin siquiera ser conscientes, pensamos de manera muy sesgada. La realidad es tan compleja que necesitamos desmenuzarla, perdiendo en ese proceso de simplificación una ingente cantidad de matices. Eso por no hablar de los recuerdos, que son improntas alteradísimas del pasado que guardamos como joyas en la mente.
Cada día jugamos con esas categorías que nos son necesarias para pensar. Pero no todos los juegos son inocuos. En este caso, el precio que pagamos es muy alto. En torno a esos caminos que supuestamente nos conducen a la felicidad (salud, trabajo, dinero, amor…) y en los que hay mucho de biológico hemos creado una cultura; de hecho, en torno a ellos hemos erigido toda nuestra cultura, de manera que podrían considerarse los pilares maestros de nuestra sociedad. Y ya se sabe que los pilares maestros no se tocan ni en las reformas. La cuestión está en quién y cómo han construido esos pilares sobre los que nos sustentamos. De qué modo se ha creado esos estereotipos que se nos van inoculando como dogmas imperturbables desde el minuto uno de la vida. Nuestras ideas, por ejemplo, del amor, no son más que una mezcla de imposiciones eclesiásticas y ensoñaciones de grandes literatos. Y, sin embargo, siguen funcionando a las mil maravillas muchos siglos después de haberse elucubrado.
Al intentar aprehender el mundo, creamos otro paralelo muy difrente al original. (por otro lado, ¿existe de veras ese mundo original si nadie es capaz de percibirlo?). Esa realidad adulterada, la única que existe en nuestra mente, está compuesta por esas categorías artificiosas que tienen mucho más de humano que de mundano. Y es que, por más que nos empeñemos en percibirlo de otra manera, el mundo no deja de ser el que es.
Los eternos desajustes entre las dos realidades es lo que llamamos popularmente «palos en la vida». Es ahí donde surgen los traumas, los desengaños y las frustraciones que impiden a uno ser feliz, y donde se desencadenan un montón de cosas horribles que pa qué contarles. Es curioso ver cómo hasta los más experimentados siguen cayendo en los mismos puntos, lo cual demuestra que jamás aprenderemos la lección. ¿Pero es que de verdad queremos aprenderla?
Podría decirse entonces que el desengaño -esa fuente inagotable de conflicto y aprendizaje- y por tanto el dolor no son sólo inevitables sino que además son necesarios. Puede que asumir esto con una digna resignación sea un buen primer paso para alcanzar la felicidad real.
Al cabo, parece que felicidad e infelicidad brotan de la misma fuente. Lo más siniestro es que ambas hacen juntas de la mano el mismo recorrido, ese que nosotros les permitimos hacer a nuestra vera hasta el día de nuestra muerte.
comment-1134
Pues ni modo , para ser felíz hay que conocer como sobre-llevar la infelicidad y verás que aunque uno la pase mal las cosas mejorarán.
comment-1131
Está claro que siempre necesitaremos una meta para ser felices, y una vez alcanzada, otra meta… asi funciona el ser humano.
El problema está que la infelicidad no la llevamos tan bien, y debemos aceptarla como una etapa más.
Un saludo!