abril 27th
Histeria colectiva (segunda parte)
Érase una mañana de domingo de primavera, cuando los habitantes de un país cualquiera vieron interrumpidas sus plácidas vidas al ir a comprar el periódico. Allí, en los quioscos, descansaban boca arriba como punzones en blanco y negro los titulares que hablaban de un terrible suceso. Una enfermedad se extendía implacablemente por el mundo, y se unía así a la lista de obsesiones colectivas, que ya eran los grandes fetiches del siglo XXI. Al principio había mucha incertidumbre, nadie sabía a ciencia cierta cómo actuar, sólo se leían cosas sobre una ciudad paralizada por el virus y no sé qué de niveles de alerta; todo muy apocalíptico. Como siempre, las autoridades salían por televisión pidiendo una calma que en realidad era lo último que se reflejaba en sus ojos. La verdad es que, por entonces, siempre que salía algún político en televisión era para hablar de algo muy malo.
Ante esta situación, en ese gran ágora global que era Internet, florecían todo tipo de actitudes. Estaban los típicos antisistema que culpaban a las farmacéuticas de orquestar un gran montaje, estaban los que se dejaban llevar por el pánico, estaban los que acusaban a los gobiernos… todo el mundo tenía una opinión al respecto. Al menos hasta que los medios de comunicación zanjasen el asunto que, como todo por entonces, no era sino otro producto de información.
Y no hay colorín colorado, porque este cuento no ha acabado.