enero 7th
#JeSuisCharlie
A 2015 le ha bastado una semana de existencia para dejarnos claro quiénes son dos de los protagonistas que definen nuestro tiempo: el yihadismo y la comunicación. Y lo ha demostrado de la manera más trágica posible. Hoy, Francia ha sufrido su peor atentado en 40 años, cuando tres terroristas han irrumpido en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo poco antes de las 11 de la mañana y han asesinado a doce personas, incluido el director de la publicación, Stéphane Charbonnier.
Los nombres de Charbonnier, Jean Cabut (dibujante conocido como Cabu), Georges Wolinski, Bernard Velhac (conocido como Tignous) y el economista Bernard Maris se unen así a los de Guillermo Bravo Vega, Khalid W. Assan, Anna Politkovskaya, Manik Chandra Sha y otros muchos periodistas y reporteros gráficos que han sido asesinados por cumplir con su deber. Sólo en 2014, fueron asesinados 96 profesionales de los medios de comunicación, según el Barómetro de la Libertad de Prensa elaborado anualmente por Reporteros Sin Fronteras. Esta vez, la causa ha sido el integrismo (veremos cuánto tarda la ultraderecha en avivar un peligroso fuego que ya está encendido). Otras ha sido la denuncia de la corrupción o los abusos de los poderosos.
Los terroristas y los corruptos tienen, sin duda, las herramientas necesarias para segar vidas. De lo que no disponen y a lo que jamás podrán aspirar es a que su censura criminal coseche éxito alguno. La historia está plagada de casos en que los intentos de mordaza no sólo no han acallado las voces que pretendían, sino que además han elevado su volumen, consiguiendo llegar a un número de personas aún mayor. Y eso es porque matar al emisario, en la era de la comunicación, no significa acabar con el mensaje. Los periodistas cumplimos con una labor de servicio público, que es precisamente la que le otorga razón de ser y belleza a este oficio de contar la verdad. Somos capaces de luchar contra las injusticias, arrojar luz sobre asuntos oscuros, convertir a personas en ciudadanos y hacer que las democracias, aquí y allá, sean más verdaderas. Ejercemos en nuestro trabajo uno de los derechos más fundamentales: la libertad de expresión. Y ninguna bomba o Kalashnikov puede acabar con ello.
¿Quieren una prueba de lo que digo? Vayan mañana a cualquier quiosco que disponga normalmente de prensa internacional y pregunten por Charlie Hebdo. Suerte tendrán si no lo encuentran agotado.