julio 3rd
Las claves del éxito del World Pride Madrid
Imagen: Steve Johnson / Unsplash
El World Pride 2017 ha terminado. Atrás quedan ocho días de reivindicación festiva en una ciudad que ha demostrado estar a la altura de las circunstancias. Madrid ha dado la talla con creces y ha sacado músculo, literalmente.
La capital española se ha convertido, con el permiso expreso de París, en la ciudad del amor y en el centro mundial de la diversidad y la libertad sexual durante estos días. El lema de la manifestación de cabecera en la marcha (sí, porque no todo son chulos subidos en carrozas) era ‘Por los derechos LGTBI en todo el mundo’. Tal como ya os conté aquí, 72 países castigan la homosexualidad actualmente. Por ello, varias delegaciones venidas de todos los rincones del mundo ondearon sus banderas para reclamar esa igualdad que todavía se les niega a los LGTBI en la mayor parte del planeta. Con cientos de razas, etnias, lenguas, acentos, edades, géneros, orientaciones o identidades sexuales, este Orgullo se convirtió en un verdadero reflejo de la diversidad que caracteriza a este mundo. Una auténtica verbena del amor.
Para mí, ha sido un honor ser partícipe de todo ello. Realmente me ha emocionado caminar junto a mi marido por una ciudad volcada en darnos una cálida acogida y en hacernos sentir seguros sin causarnos agobio. Desde las pastelerías de barrio hasta las grandes cadenas de tiendas de la Gran Vía -que despiertan las suspicacias de no pocos-, Madrid se ha teñido de colores para nosotros en lo que ya es una fiesta enraizada en sus costumbres. Pero este Orgullo no sólo me ha hecho disfrutar mucho; también me ha dado qué pensar.
La implicación ha sido, en una palabra, la clave del éxito de un acontecimiento que ha reunido a casi tres millones de personas. Madrid se ha tomado muy en serio el World Pride y eso se ha notado en el resultado. Ha conseguido organizar con éxito el mayor Orgullo LGTB de toda la historia en todo el mundo. La ciudad sabía que, tras sus fallidas candidaturas olímpicas, millones de ojos en todo el mundo estaban puestos sobre ella para contemplar cómo gestionaba el mayor evento de su historia. Eso despertó la necesidad de consenso y trabajo en equipo entre el Ayuntamiento (sin Manuela Carmena al frente, no habría sido posible de esta manera), la Comunidad de Madrid, las instituciones, las asociaciones, los voluntarios y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Quienes hace no tantos años nos perseguían por las mismas calles, ahora velaban por nuestra seguridad. Revisando y sellando las alcantarillas, controlando el acceso a cada escenario en la calle, controlando desde el aire y las azoteas, solicitando la identificación a cada una de las personas que se montaron en las 52 carrozas que compusieron el desfile… y uniéndose a nuestra gran fiesta. Una evolución que merece que nos paremos a reflexionar, mirar hacia atrás, sonreír por el largo camino recorrido y recordar a quienes lo hicieron posible.
La misma sensación tuve al pasar frente a un Congreso de los Diputados iluminado con los colores de la bandera arcoiris. No pude evitar emocionarme al pensar lo que eso suponía. Ahí estaba el Palacio de las Cortes. El mismo edificio que albergó la sede de las Cortes Franquistas, ahora bañado en el símbolo de uno de los colectivos más represaliados por la dictadura. Por un momento, me sentí orgulloso de este país. Porque es tan cierto que somos muy cafres como que también sabemos hacer las cosas muy bien.
También me he sentido orgulloso y satisfecho de haber librado otra batalla dentro del World Pride. La de la vida sobre el miedo. En un país con una alerta terrorista de 4 sobre un máximo de 5, hemos triunfado con esas armas que muchos creen que son sólo frivolidad y que utilizan en nuestra contra: bailar, cantar, beber, reír. Vestidos, desnudos o disfrazados. Dando sentido al lema de este World Pride: VIVA LA VIDA. Porque hay en la diversión un activismo, un modo de no transigir ante el terror, que muchos no llegan a comprender.
¿Podría haber pasado algo? Por supuesto. La posibilidad inundaba la mente de todos. Y, sin embargo, nos hemos echado a las calles de Madrid sin miedo. Tan sólo un día antes de marcharme, un colega de profesión me dijo en Barcelona: «Seguro que va a pasar algo. No es normal que no pase nada». Pero si en algo somos expertos los LGTBI es en demostrar que eso de ‘lo normal’ no va con nosotros.
Por suerte.
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