julio 24th
Las palabras no se las lleva el viento
El discurso que la derecha siembra en Europa desde hace unos años ha comenzado a estallar por los aires. Y se ha cobrado la vida de 92 personas en una tarde. Un fundamentalista cristiano de ultraderecha ha apretado el gatillo y nos ha sumido al continente en un shock del que todavía no hemos salido.
Lo ocurrido el pasado viernes en la ejemplar e idílica Noruega no es una casualidad. Es la consecuencia de una cadena de odio alimentada por intereses políticos y desarrollada en un caldo de cultivo peligroso. Personalmente, he echado de menos este fin de semana en los medios de comunicación palabras que analicen el evidente trasfondo ideológico de esta matanza.
Desde hace bastantes años, pero con más fervor en los últimos tres, vengo escuchando cómo se polariza el discurso de la caverna mediática; medios de comunicación en teoría serios y desde luego con mucha repercusión que día tras día alimentan el rencor y la sinrazón de millones de personas. La interminable crisis les proporciona el acampo abonado, los atentados por parte de grupos yihadistas en la última década les dan la excusa perfecta y los políticos progresistas les sirven de señuelo para enzarzarse con saña hasta la extenuación. ¿Dónde está el límite? Sencillamente, no existe.
Las campañas políticas racistas y xenófobas, como la de PxC en Cataluña, son abiertamente aceptadas y difundidas. Los partidos ultras captan votos por meses -en el que militaba este asesino se convirtió en la segunda fuerza política de Noruega hace un par de años-. La retórica del odio cala entre una población cada vez más desesperada que tiene miedo a la diversidad que compone una democracia real. ¿No es acaso el escenario más parecido al previo a la II Guerra Mundial? A esto se unen unos servicios de inteligencia desfasados (recientemente dijeron que los extremismos no constituían una amenaza seria) que permiten que Stieg Larsson describa las amenazas latentes con infinito más tino que a quienes de verdad corresponde tal labor.
Suele decirse que las palabras se las lleva el viento. Y no. El lenguaje es la máxima expresión humana. La palabra articula las ideas. La palabra transmite conocimiento. La palabra nos educa, nos civiliza y nos introduce de niños en una determinada sociedad. La palabra escrita regula nuestros derechos y deberes. Las palabras nos hacen llorar y nos matan de risa. Las palabras cambian actitudes, y son tan capaces de calmar como de enloquecer a alguien hasta el punto de cometer la masacre de Noruega. A las palabras, visto queda, sólo les hace falta un gatillo para matar.