abril 4th
Los ojos de Daniel Zamudio
Miren bien esos ojos. Son grandes, vivaces, jóvenes, dulces, seductores, expresivos. Son los ojos de Daniel Zamudio. Y ya no existen. Se apagaron. Cuatro neonazis apresaron a este joven chileno en el parque San Borja de Santiago de Chile el pasado 2 de marzo y lo torturaron hasta la muerte por el mero hecho de ser homosexual. Lo patearon, lo apedrearon, rompieron una botella en su cabeza con cuyos cristales le marcaron dos esvásticas en la piel, apagaron cigarrillos en su cuerpo, le cortaron parte de una oreja y emplearon una de sus piernas como palanca hasta que se rompió. Tras permanecer 25 días en coma, murió el pasado 27 de marzo. Tenía 24 años.
Saben ustedes que no me gusta hablar aquí de sucesos escabrosos, pero este caso me ha llegado al alma por motivos obvios. Esta vez, la víctima ha sido Daniel, pero podría haber sido yo mismo. Un crimen así es un insulto a la comunidad gay internacional y a toda sociedad democrática sin excepciones.
La reacción natural y legítima es la de desear a sus asesinos, cuanto menos, el mismo sufrimiento que han causado. Pero eso no es justicia, es simplemente odio. El mismo odio que condujo a esos mal nacidos a matarlo. El mismo odio que está creciendo en Europa a la sombra de todo un sector político.
El mundo está lleno de odio, pero también de personas que estamos dispuestas a erradicarlo. No sé si somos mayoría o minoría. No sé si la actual crisis dejará una estela de refuerzo en ellos. No sé si cada vez contamos con menos recursos.
Sólo estoy seguro de que ganaremos nosotros.
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