septiembre 24th
Protegernos del músculo
Una de las tantas polémicas que inundan a diario las redes sociales ha tenido que ver con los bomberos de Zaragoza. Esta vez les ha tocado a ellos sufrir la ola de neopuritanismo en la que vivimos inmersos desde hace algún tiempo. Como tantos otros bomberos, han editado un calendario con el objetivo de recaudar fondos para los enfermos de médula. Pero han sido censurados por el Ayuntamiento (Podemos) porque “dan una imagen heteropatriarcal” y “generan frustraciones”. Y el caso es que el asunto me suena. Es lo mismo que llevo escuchando desde 2011, cuando empecé a trabajar en Men’s Health. ¿Frustraciones en quién exactamente?
Existe una cierta izquierda que se supone progresista pero que ha relevado a la derecha más rancia en afán de censura. Si esta hablaba en términos de obscenidad y pecado, la supuesta progresía habla de “heteropatriarcado y normatividad” para poner la mordaza. Esa izquierda ejerce sobre los demás un paternalismo que contradice los principios mismos del progreso. No considera al individuo un ser libre y autosuficiente. Su discurso es un “tú eres un ser débil y yo debo protegerte ante todo lo que pueda perturbarte, incluso por encima de tu voluntad, porque lo que quieres -enseñar tu cuerpo, prestar tu útero o prostituirte- no siempre es bueno para ti”.
Esa parte de la actual izquierda reproduce así un patrón de tutelaje clásico que no sólo no tiene que ver con posturas progresistas, sino que alimenta una progresiva infantilización de la sociedad. Cuando, de manera inocente, decimos aquello de «los 40 son los nuevos 30» no nos estamos equivocando. En efecto, lo son… también para mal. Las fronteras de la edad se han difuminado. Vivimos en una eterna adolescencia. Y claro, hay quienes han detectado la oportunidad de tutelar a semejante masa de adolescentes. De repente, se han visto con autoridad moral para decidir de qué deben protegernos.
Los bomberos de Zaragoza, en el calendario.
El músculo parece ser uno de esos anatemas. Por lo visto, observar a hombres musculados en un calendario o en la portada de una revista nos genera una frustración irremediable. Ese el precisamente el argumento que me devuelve a la infantilización de la que hablaba. Entiendo que los estímulos a los que se somete a un niño deben estar controlados, para que su desarrollo intelectual o sexual sea correcto. Pero estamos hablando de un público adulto; personas que deberían saber dar la debida importancia a un calendario, una revista o un anuncio. Y resulta que tenemos a unos políticos que presuponen que carecemos de esas cualidades. Tal vez el próximo paso sea protegernos de la pornografía porque ofrece un concepto alterado del sexo. O de los videojuegos, porque hay violencia en muchos de ellos. Tal vez no estemos tan lejos de un sistema censor disfrazado bajo la «lucha contra el heteropatriarcado» en el que la moral de un determinado grupo intenta imponerse al resto.
Las revistas, como la publicidad, son un estímulo. Su objetivo, además de informar y entretener, es transportar al lector: a una pasarela de moda a la que no puede acceder de otro modo, a una casa de ensueño en Beverly Hills en la que no puede entrar, a un paraíso exótico que no puede permitirse… y también a un estilo de vida más saludable que probablemente no se plantearía de otra manera. Si leyendo las bondades del deporte abandona el bollo industrial que está merendándose y se calza las zapatillas para ir a correr, ya se habrá conseguido algo. Puede que ese lector no consiga un abdomen de portada, pero el intentarlo le llevará a tener unos hábitos más saludables. Nada desdeñable en España, la mitad de cuya población ya tiene sobrepeso.
¿Cómo es posible entonces que creamos que el problema está en aspirar a estar más en forma? ¿En qué momento hemos empezado a creer que la mayoría de los hombres basa su autoestima en el tamaño de sus bíceps? ¿Empezamos todos a ser idiotas cuando se nos trata como tales? ¿Por qué hay gente que ha llegado a aplaudir la idea de maniquíes con sobrepeso en las tiendas?
La belleza siempre ha sido objeto de atracción y admiración. Y siempre lo será. Hay incluso motivos biológicos para ello. Ocurre en todas las especies. Culparnos por sentirnos atraídos por lo bello remite a tiempos en que la moral católica cohibía los instintos más sanos y naturales. La vida existe en parte gracias a la belleza, señores. Es mucho más grande que la envidia, que la moralina de una absurda moda pasajera, que el puritanismo o que la ineptitud de personas poco preparadas que gobiernan a golpe de efecto (y de tuit).
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- masculinidad