marzo 21st
Razones para votar a Donald Trump
Al principio nos pareció una broma de mal gusto. Pero hace ya rato que Donald Trump dejó de ser una broma. En marzo de 2016, el magnate del que nadie sabría decir si tiene peor pelo que eslóganes es el principal candidato republicano a la Casa Blanca. Un fenómeno que ha puesto del revés a la sociedad estadounidense.
Lo habitual entre quienes no entendemos que semejante tipejo haya llegado tan lejos en una carrera presidencial es echarnos las manos a la cabeza. Lógico. Sin embargo, merece la pena detenerse a pensar en las razones por las que hay tantos millones de norteamericanos que creen firmemente que Donald Trump podría ser un buen presidente. A comienzos de febrero, la revista New York publicó este reportaje en el que hablaba con ciudadanos estadounidenses de diferentes estados y clases sociales (pero no diferentes razas: todos ellos eran blancos), votantes del partido republicano y muchos de ellos votantes de Trump. Entre ellos, había dos argumentos que se repetían:
– que Trump habla «para la gente». Con su discurso de 1º de populismo ha conseguido hacer creer a millones de trabajadores -sobre todo, hombres- que es uno de ellos. Él, que nació en el barrio neoyorquino de Queens, uno de los más mestizos, y es hijo de inmigrantes alemanes… aunque durante muchos años tanto él como su padre dijeron que eran suecos. Él, que cuestionó la veracidad de la partida de nacimiento de Obama en Hawai. Él, que asgeuró que Ted Cruz no era presidenciable porque había nacido en Canadá. Él, que retuiteó a alguien que dijo que Marco Rubio no podía llegar a la Casa Blanca porque sus padres nacieron en Cuba. Él, que se inventó que había visto por televisión a miles de musulmanes celebrando los atentados del 11-S en Nueva Jersey.
– el miedo. Más concretamente, el miedo al cambio. Durante la era Obama, los estadounidenses han visto cómo su país ha pasado de ser una superpotencia que aplastaba todo allá por donde pasaba (¿verdad, Bush?) a ser un país que ha adquirido un perfil más bajo en la geopolítica internacional. Estados Unidos ya no es el líder que se mete en todos los conflictos del planeta para imponer la paz y la libertad duradera [sic.], básicamente por dos razones: sabe, debido a Irak, que no tiene el suficiente poder para hacerlo (no al menos sin trabajar a lo largo del tiempo con diferentes fuerzas locales) y sabe que su opinión pública es contraria a la guerra. La cosa sería muy diferente si el ISIS volase el Golden Gate o se cebara en las calles de Hell’s Kitchen como lo hizo en las de París. Pero, como eso no ha ocurrido, los estadounidenses piensan que lo que ocurre en Oriente Próximo es una guerra en la que nadie les ha llamado. Y por ello prefieren que el presidente destine sus esfuerzos y el dinero de todos a asuntos internos.
Y, a todo esto, ¿qué piensa el actual presidente sobre el señor Trump? Pues Obama dice lo siguiente:
Pero ha habido más cambios en Estados Unidos, incluso más importantes para muchos ciudadanos porque son más palpables en su día a día. El empuje demográfico de lo que otrora fueran comunidades minoritarias como los negros y, especialmente, los hispanos, ha hecho creer a buena parte de la población blanca que no sólo está en declive, sino que está amenazada. La comunidad hispana tiene cada vez más peso en las urnas, donde se le conoce como el gigante dormido (componen un 17% de la población pero tienen una baja participación electoral, con un 48% en las presidenciales de 2012, por ejemplo). Los latinos son ya mayoría en California, el estado más poblado y rico del país. El Instituto Cervantes considera que el español será la lengua más hablada de Estados Unidos en 2050. Ante tales cifras, la derecha americana más recalcitrante ha argumentado que es la hora de pasar a la acción. Les están atacando y hay que hacer algo. Hay que defenderse.
Esta idea es de todo menos nueva. Lo que ocurre es que, por más tiempo que pase, resulta muy efectiva. También la están azuzando otros políticos populistas, nacionalistas y xenófobos en Europa, como Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda o Ilias Kasidiaris en Grecia. El mensaje cala fácilmente entre un cierto sector de la población y actúa de comodín para utilizar al otro (es decir, al que no tiene la piel del mismo tono o que no reza al mismo Dios que yo) como chivo expiatorio: todo problema se le puede achacar al excesivo número de inmigrantes. Donald Trump ha hecho de su muro fronterizo (que, según dice, pagará México) y de su odio a los musulmanes una bandera. Y le funciona, por más obvio, racista y maniqueo que resulte. Le funciona incluso entre algunos hispanos: el 14% de ellos asegura que le votará en noviembre, según esta encuesta realizada por The Washington Post y Univision.
Los homosexuales también han visto cómo su derecho a casarse se ha equiparado al de los heterosexuales en los 50 estados de golpe, tras la sentencia del Tribunal Supremo el pasado junio. La mitad de los adultos criados como católicos han abandonado la religión en algún momento. Muchos de ellos, residentes en la América rural (el Medio Oeste, paradigma redneck, es territorio Trump), ha visto cómo la globalización les ha arrebatado sus puestos de trabajo y no están formados para ocupar ningún otro en el mercado laboral del siglo XXI. Y así, un dato tras otro, han configurado la idea de que les están robando su país, entendido este como una realidad blanca, católica, heterosexual, partidaria de las armas y de clase media. Una realidad que se les escapa como arena entre los dedos.
Quieren recuperar su América. Y, sin embargo, no hay nada menos americano que Trump. Ante uno de sus votantes, el argumento debería ser el siguiente:
El partido republicano sabe esto. Como también sabe que tener a Trump (a fin de cuentas, un millonario populista sin experiencia política) como candidato a las elecciones del 8 de noviembre, es regalarles la Casa Blanca a los demócratas hasta 2020. Confiaban en que Marco Rubio, senador por Florida, le frenase a tiempo. Pero, tras el pasado Supermartes, esa esperanza se ha venido abajo junto a la candidatura de Rubio. Ahora, esperan a que Trump llegue a la convención de julio sin los 1.237 delegados que le darían la nominación automática. De momento, cuenta con 646. ¿Y qué pasa si finalmente los consigue? En los últimos días, el Partido Republicado (GOP por sus siglas en inglés: Great Old Party o Gran Partido Viejo) ha planteado crear un tercer partido para las presidenciales, aunque no han especificado quién podría liderarlo. Una solución extrema para un problema extremo.
Sería un error calificar a Donald Trump de conservador. Él mismo se presenta como el azote de los actuales conservadores, como lo opuesto a las élites (es un millonario que ha conseguido hacer creer a todo el mundo que no pertenece a élite alguna) del partido republicano. De hecho, son conocidos sus desaires (también) a Fox News, la cadena de ámbito nacional más Republican friendly. Se ha esforzado en hacer creer a todos que es independiente, que no necesita a nadie. Él es simplemente Trump. Va por libre. La independencia económica es otro de los motivos de su éxito. Lo han declarado el único no candidato de Wall Street. Y es cierto: la candidatura de Trump no depende de las donaciones de millonarios que esperan algo a cambio. El millonario es él.
Su latiguillo preferido en los discursos es believe me (créanme). Tal vez porque lo que dice suena increíble incluso para sus seguidores. Tal vez porque pretende que la fe en ellos haga el trabajo que obviamente no hace la razón. Tal vez porque interpela a esa parte de todos nosotros que, en efecto, no se cree que Donald Trump haya llegado hasta aquí.
comment-947
Cuando alguien repite hasta la saciedad "Confía en mí", es porque en el fondo él mismo no confía en sus propias posibilidades.
Curioso que, en el caso de este personaje, su frase repetida hasta la saciedad sea "Creedme".
¡Buen texto! Un abrazo.