septiembre 2nd
Sueño americano (S.A.)
¿Cuántas de las cosas que decimos o pensamos a diario corresponden a conceptos que ni siquiera nos cuestionamos pero que son auténticas falacias? El pan engorda. Después de comer debes esperar dos horas para bañarte. Los alemanes son eficientes. El PP gestiona bien la economía. Y America es el país [sic.] de las oportunidades.
Estados Unidos no podía, obviamente, ser ajeno a la ola de conservadurismo que arrasa el planeta en estos tiempos. Ya lo demostró en 2010 con el estallido del movimiento Tea Party, pero no ha sido hasta ahora que se ha cristalizado en la política de un modo firme y, al contrario que con la ridícula Sarah Palin, inteligente. La entrada en la campaña republicana del aspirante a vicepresidente Paul Ryan ha insuflado nuevos viejos aires a Mitt Romney, quien está dispuesto a arrebatar a Obama la presidencia. Dicen que, desde que Paul Ryan entró en escena a mediados de este verano que ya se nos escapa, las posibilidades de Romney son cada vez mayores. Ryan ha resultado ser esa pieza llena de carisma que le faltaba al sosaina de su jefe, que a fin de cuentas no deja de ser un millonario con intenciones de gobernar para millonarios.
El éxito de Paul Ryan, como el de Barack Obama en su día, radica en su poder icónico. Concentra en su figura todo aquello que sus votantes quieren ver en un líder. Rico, católico y con sangre irlandesa, llegó a la política alos 24 años, es un firme defensor del adelgazamiento extremo del Estado («Nuestros derechos proceden de la Naturaleza y de Dios, no del Estado» es una de sus más famosas consignas) y es el responsable de haber obstruido todos los potenciales acuerdos presupuestarios durante esta legislatura, en un ejercicio más enfocado a atraer a las bases más conservadoras que a hacer política de verdad. Una vez jaleados los sectores que le han aupado en un flautista de Hamelín, y aprovechando la convención republicana que esta semana ha tenido lugar en Tampa (Florida), llegó el momento de soltar las soflamas reaccionarias de la América profunda a la que él se debe. Y entre esas soflamas está, cómo no, la inmigración como chivo expiatorio. Me resulta curiosísimo que sea precisamente el partido que reivindica los valores tradicionales el mismo que reniega del fenómeno social que literalmente fundó América.
«We built it» («Nosotros la construimos») es el lema estrella de la citada convención del partido republicano. Es, desde luego, toda una declaración de intenciones: ellos construyeron EE.UU. y a ellos les pertenece, en el sentido más privado de pertenencia; esto es, en el sentido de propiedad. La concepción de un país como un objeto de propiedad privada es quizá una de las mayores consecuencias del pensamiento neoliberal que abandera el partido de Romney y Ryan. Hay que tener muy poca vergüenza para asegurar que EE.UU. fue construido por esa supuesta masa de hombres blancos, millonarios, católicos, armados y bienpensantes (una masa en realidad ficticia incluso en los estados del centro y sur, imaginaria, en retirada demográfica frente a unas minorías raciales que ya son mayoría le pese a quien le pese). Es el mismo partido que durante la campaña electoral de 2008 se encargó de poner en duda los orígenes estadounidenses de Obama -quien nació en Hawai, hijo de un keniano y una estadounidense, y estudió la primaria en Indonesia-. Una vez superado aquel grotesco episodio, pero siempre centrados en la cuestión convenientemente velada del color de la piel del presidente, los republicanos aducen que lo extranjero ahora en Obama son las ideas, demasiado europeas para ellos. Parece que, después de todo, el presidente podrá ser estadounidense de nacimiento, pero no de pensamiento. Los republicanos no ven a Obama como un verdadero estadounidense. Cuánto de racismo hay en ello, es difícil de cuantificar. La ampliación de la cobertura sanitaria (conocida como Obamacare, política estrella de la aún presente legislatura) les resulta una especie de aberración comunista. Y, si hay un fantasma americano alimentado mucho antes que el miedo al terrorismo, ese es el miedo al comunismo. En Estados Unidos, un país con un Estado del Bienestar casi inexistente, prácticamente cualquier política que contravenga los intereses creados por el ingente lobby empresarial es tachada enseguida de socialista por los republicanos, bien conscientes de lo que supone colgarle a nada semejante sambenito por allá.
La convención republicana de estos días en Tampa ha logrado que Romney, por primera vez, adelante a Obama en intención de voto, con un 44% frente a un 42%, según publicó este jueves la agencia Reuters, cuando apenas la semana pasada el republicano estaba cuatro puntos por debajo del demócrata. Esto se debe a que el meeting republicano ha acaparado la agenda de los medios de comunicación durante esta semana. Pero la convención demócrata arranca mañana lunes en Charlotte (Carolina del Norte), así que el jueves ya veremos.
¿Hace un buen aspirante a vicepresidente un buen aspirante a presidente? Lo dudo. Y, como yo, muchos estadounidenses, aunque no tantos como cabría esperar. El caso es que la estrategia, de momento, les está saliendo bien. Según una encuesta realizada por ABC News y The Washington Post, un 24% de los los votantes registrados con el partido demócrata afirma que aún cabe la posibilidad de que terminen votando por Mitt Romney el próximo 6 de noviembre. Es a esos votantes, en su mayoría repartidos en los diez estados veleta (swing states o battleground states) y en parte decepcionados con Obama, a quienes Romney interpeló en su discurso de clausura, que resultó tibio, falto de conexión emocional y eclipsado por la presencia de Clint Eastwood. Y ojo, que si un 24% de los demócratas todavía puede votar a los republicanos, estos no cuentan con una situación mucho mejor, sino al contrario: un 29% de ellos aún puede votar a Obama, según la misma encuesta.
En la convención republicana, Romney ha reconocido más que implícitamente dos cosas interesantes: la popularidad de Obama y la necesidad de darse a conocer más. «Necesitan saber más de mí» ha dicho. Lo que necesitan saber los americanos es cómo el primer ex-obsipo mormón aspirante a la Casa Blanca ha logrado amasar una fortuna de 250 millones de dólares, poseer cuentas en paraísos fiscales, ocultar sus ‘asuntillos’ con Hacienda y, aún así, presentarse como la solución a una economía en crisis. Romney le restriega a Obama por las narices las cifras del paro (un 8,4% que en España, con un 25,1%, ni soñamos) y pretende, en cierto modo, que ese sector decepcionado por el globo Obama que la crudeza de la economía se ha encargaado de pinchar le dé la llave de la Casa Blanca. Aprovecharse del desgaste ajeno en lugar de brillar con luz propia. Dejarse arrastrar. Let it flow. A Rajoy le funcionó aquí.
Romney planea aprobar leyes en contra del aborto, del matromonio gay, de la protección de las pensiones y de los inmigrantes. En concreto, quiere cerrar herméticamente la frontera con México. Eso quiere decir que se acabaron las promesas de una vida mejor en la autopromocionada como tierra prometida. Eso quiere decir que sólo el que piensa y vive como ellos consideran correcto es merecedor de una oportunidad. Eso quiere decir que el territorio es propiedad privada. Eso quiere decir que existen ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. Eso quiere decir que el sueño americano es un concepto que todos deberíamos revisar.