agosto 8th
Un dudoso Robin Hood
El saqueo de dos supermercados en Écija (Sevilla) y en Arcos de la Frontera (Cádiz) el día de ayer ha desatado un torrente de reacciones que van desde el apoyo hasta la condena más firme del hecho. Y yo no he logrado situarme ni en un margen ni en otro de esa balanza.
A mí me ha asaltado (¡!) un mar de dudas. Por una parte, entiendo que el robo (porque ni se puede ni se debe llamar de ninguna otra manera) sería un acto totalmente execrable de haberse producido en unas condiciones normales, pero la cuestión es que no vivimos en unas condiciones normales. Esas personas no son un grupo de delincuentes que un buen día decidieron reunirse ante un Mercadona para saquearlo. Por otro lado, dudo una barbaridad de la supuesta buena intención del instigador, el alcalde de Marinaleda, diputado autonómico de IU y miembro del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Juan Manuel Sánchez Gordillo. ¿Es un Robin Hood moderno o un político que ha visto en la penuria actual la oportunidad perfecta para montar un numerito demagógico?
La crisis es un acelerador de las políticas neoliberales que intentan sustituir el Estado del Bienestar por el capitalismo más atroz, pero es también un peligroso caldo de cultivo para los populismos.
Todos sabíamos que esto iba a pasar. Es más, me incluyo entre quienes creen que demasiado ha tardado en ocurrir algo así. Lo que me sorprende es leer opiniones de personas que hace solo unos meses vitoreaban los actos vandálicos desatados en Atenas tras la intervención de la Troika y que ahora se muestran escandalizados con esto. Por entonces decían que «los españoles no tendríamos cojones de hacer eso ni aunque nos arrebatasen nuestro dinero de debajo de los colchones». Pues resulta que, cuando aquí ocurre algo parecido, han sacado a pasear ese conservador que todos llevamos dentro. Se han llevado las manos a la cabeza repitiendo hasta la saciedad que esto es ilegal y que los culpables han de pagar por ello, como si estos no fueran conscientes desde el momento en que llamaron a la prensa de que en efecto sería así. ¡Era un acto programado de desobediencia civil! Hay cada lucero del alba por ahí con pretensiones absolutistas que me pregunto si algunos parados no están en el lugar que les corresponde.
Los españoles llevamos cuatro años de crisis y dos años de continuos recortes portándonos bien. Demasiado bien. La mayoría de las concentraciones ciudadanas y las dos huelgas generales convocadas en ese tiempo han dado, con excepciones oportunamente manipuladas en según qué medios de comunicación, un ejemplo de pacifismo. Y, sin embargo, lo único que han recibido a cambio es la indiferencia, cuando no la represión violenta bajo las órdenes de las autoridades locales y la connivencia del Gobierno. El clima social en España es, pese a todo, sorprendentemente bueno dadas las circunstancias. No pretendo con esta afirmación quitar importancia a la ola reaccionaria que asola este país y que, por ejemplo, señala con dedo acusador a los colectivos más vulnerables como los inmigrantes. Pero tampoco es que se estén quemando sucursales de bancos cada dos días, lo que tampoco me extrañaría.
Pero toda paciencia tiene un límite. ¿Hemos sobrepasado los españoles el nuestro? La verdad es que no lo sé, pero si de algo estoy seguro es que el episodio de los supermercados ha alterado a ciertos políticos más que dos huelgas generales juntas.
Sánchez Gordillo ha sido arrestado esta tarde, como no podría ser de otra manera. Urdangarín, Camps, Fabra o la Pantoja no, como no podría ser de otra manera. Nuestra Justicia [sic.] es rápida para algunas cosas y desesperantemente lenta para otras. Renace pues aquel dicho de que aquí sale más a cuenta robar un banco que robar una gallina.
«Robar es robar», dirán ustedes con razón «y no importa cómo, quién o a quién, siempre está mal». Esa es la parte que comparto. Pero me resulta imposible olvidarme de que todas esas personas que lo hicieron, y todas esas personas que no lo hicimos, estamos siendo robadas a diario de la forma más impune que existe, que es desde la oficialidad. Este es el punto donde no pocos me tacharán de demagogo. Lo siento, pero no puedo expresar con otras palabras lo que está ocurriendo en España. Cuando se pone a una sociedad contra las cuerdas durante largo tiempo, las consecuencias son imprevisibles. Y sí: en ellas entra el saqueo. Matar es matar, pero no me dirán ustedes que acabar con quien te envenena cada día es lo mismo que hacerlo por puro placer.
Mercadona se presenta en uno de estos altercados como la víctima. Y lo es. Se trata de una empresa en expansión que mantiene muchos puestos de trabajo y una nada desdeñable recaudación de impuestos para este país, pero santos los justos, que también es una empresa que defrauda unos cuantos millones de euros mediante las convenidas y legales prácticas de evasión fiscal, y amenaza (esto lo sé de primera mano y al parecer no soy el único) a los empleados que pretendan secundar una huelga. Junto a la otra cadena «víctima», Carrefour, controla el 40% de la distribución de alimentos en España, lo que significa que decide qué comemos, qué precio hemos de pagar por ello y cómo se produce.
No olvidemos que esto ocurre en un momento en que los supermercados están en el punto de mira por tratar de evitar que las personas más necesitadas recojan de los contenedores los alimentos que ellos deshechan a diario. El Ayuntamiento de Girona (CiU) acaba de aprobar una aberrante medida al respecto, convenientemente adornada por el anuncio de redirigirles a los comedores sociales (pero no han especificado ni quién ni cómo ni cuándo se hará esta supuesta reconducción).
«Una sociedad civilizada y democrática no puede permitir que la gente tome la justicia por las manos» ha declarado el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz. Otra afirmación cargada de lógica si estuviéramos en unas condiciones normales. Pero, ¿qué ocurre cuando la citada justicia ya no es tal? ¿Qué pasa cuando los habitantes de un país ven a diario cómo, no sólo quedan impunes los grandes delitos, sino que se premian con cargos políticos y se sufragan con dinero público? ¿Qué ocurre cuando los políticos no cumplen las normas y en lugar de ‘delitos’ lo bautizan con cualquier estúpido eufemismo? ¿Qué pasa cuando ese supermercado saqueado es en realidad todo un país?
Reconozco que lo contradictorio en mi discurso es que de alguna manera disculpe la misma acción de la que abomino. Ese es mi conflicto interno y eso es lo que me hace repeler las opiniones que, en uno y otro sentido, lo tienen todo tan claro desde el primer momento. Pero ojo, que justificar y legimitar no son la misma cosa. En cualquier caso, Gordillo ha logrado introducir en la agenda mediática el tema de la necesidad (que a los medios no les gusta un pelo porque no vende nada) y ha conseguido remover conciencias, que era buena parte de su objetivo. Y ese es el primer paso de cualquier verdadera revolución. ¿O acaso puede limpiarse un sistema sin sacudirlo antes?
comment-961
Pues yo, por una vez, te aplaudo y entiendo perfectamente bien tu dilema. Creer en el Estado de Derecho es precisamente lo que haces tú en este artículo: no tenerlo claro, quizá incluso no estar de acuerdo, pero tener claro aquello de dura lex sed lex. Más ciudadanos con ese compromiso y no con la idea de "todo el mundo tiene que respetar la ley menos yo cuando no estoy de acuerdo" nos hacían falta.
Así que, esperando que no te de urticaria por venir de donde viene, plas, plas plas.