De todas las cosas que en este mundo pueden causar fascinación, una de las que me resulta más interesante es Internet. Me sorprende comprobar que su cotidianidad no le resta un ápice de carácter extraordinario. Muchos de nuestros precedesores inquietos hubiesen dado una oreja por ser testigos de semejante invento, ¿no creen? Internet ha supuesto una revolución sociocultural sólo equiparable a la que comportó la invención de la imprenta. El flujo tradicional de la comunicación ha cambiado en muchos aspectos, aunque seguramente en menos de los que a veces creemos. En líneas generales, la comunicación de masas conserva su carácter oligárquico; esto es, unos muchos son los receptores y unos pocos son no sólo los emisores sino también los agentes que ejercen el agenda setting (lo que conocemos como ‘actualidad’, los asuntos de los que se habla, y ante los que los medios ofrecen una perspectiva u otra en función de sus intereses particulares). El Periodismo, en tanto que herramienta de poder, responde así a la máxima lampedusiana del ‘cambiar todo para que no cambie nada‘.

Por eso me encanta cuando alguien logra reventar, siquiera momentáneamente, dicho statu quo. Y eso es precisamente lo que ha hecho Wikileaks, de la que ustedes ya llevan tiempo leyendo y escuchando hablar. Se trata de una organización creada en diciembre de 2006 y dedicada a descubrir documentos que el poder pretende ocultar. Saca a la luz desde asuntos relacionados con el lavado de dinero en Suiza hasta asesinatos producidos en regímenes totalitarios. El pasado 23 de octubre, su web desveló más de 391.000 documentos secretos sobre la guerra de Irak a través de los cuales se demuestra que el ejército estadounidense torturó y asesinó a cientos de civiles iraquíes. Los papeles de Irak se suman así a Los papeles de Afganistán, compuestos por 77.000 documentos desclasificados desvelados el pasado abril, gracias a los cuales conocimos la muerte silenciada de 20.000 afganos. Hoy mismo, Wikileaks ha anunciado en Twitter la próxima publicación de un volumen de documentos siete veces mayor al de hace un mes sobre Irak.

Su editor y fundador, Julian Assange, es australiano, tiene 39 años y es una de las personas más buscadas por el ejército de Estados Unidos debido a las mencionadas filtraciones (en inglés, leaks) y a vídeos como el que ustedes pueden ver más abajo. En él se aprecia cómo el ejército estadounidense abate desde un helicóptero Apache a nada menos que doce civiles en un suburbio de Bagdad, entre ellos un fotógrafo de la agencia Reuters y dos niños en el interior de una furgoneta. Este es el calibre de sus revelaciones. Como podrán imaginar, la vida de Julian Assage no es nada fácil. Va de acá para allá como un hacker intentando dejar el mínimo rastro posible a su paso. Sólo del Pentagóno le persigue en exclusiva un operativo de ciento veinte personas. Suecia le ha negado el permiso de residencia porque tiene pendiente una investigación por supuesto acoso sexual, lo cual, sea cierto o no, es la baza perfecta para los muchos que quieren su cabeza en una bandeja. Algunos de los que han trabajado con Wikileaks con él ya han sido asesinados, como dos abogados que defendían los Derechos Humanos en Kenia. Por si todo ello fuera poco, alguno de su ex-empleados asegura que es un tirano, y en el gremio de periodistas no siempre es bien recibido. La situación en la que se halla su organización es tal que Julian Assange intenta centralizarlo todo en él mismo, lo cual nos conduce a la reflexión de hasta qué punto es legítimo que una sola persona controle tanta y tan sensible información. Desde muchos otros frentes se le acusa de haber revelado más información de la cuenta al haber facilitado la identidad de algunas de sus fuentes, ahora susceptibles de ser atacadas por ello. Él se defiende ante esto aduciendo que Wikileaks retira uno de cada cinco documentos de media. Lo mismo le caen premios de Amnistía Internacional que críticas de The New York Times. Es, en resumidas cuentas, una de esas personas de nuestro tiempo que logra ser considerado héroe y tirano al unísono.

A este héroe-villano le ofende que le llamen periodista. Y no le faltan razones. Asegura que lo que actualmente denominamos Periodismo no es más que una correa de transmisión de los poderes fácticos, una especie de continuo peloteo a un sistema de retroalimentación perverso. Yo no podría estar más de acuerdo con él. Es por ello que les hablaba al inicio de mi fascinación por Internet. Si bien la mayor parte del contenido de la Red es basura, repetición o ambas cosas a la vez, si uno sabe buscar encuentra voces disidentes con fundamento. Personas que, al contrario que la mayor parte de los periodistas, no consideran a Internet un medio de comunicación convencional y por tanto, no ven el porqué se le deberían aplicar las reglas de estos. Una de las grandes virtudes del nuevo medio es, a mi modo de ver, que nos puede ayudar a todos a discernir entre dos tipos de periodistas: los que ven en él una amenaza al poder que tan cómodamente han ostentado durante mucho tiempo y aquellos que lo plantean como una poderosa herramienta para, más que nunca, conocer y difundir la verdad.

No me digan pues que las crisis sientan mal a todo el mundo. La específica del Periodismo lo pinta más interesante que nunca.