noviembre 10th
La noche de Europa
Escribo estas líneas la noche del 9 al 10 de noviembre de 2013, desde la comodidad de mi escritorio y con un té humeante frente al ordenador en mi casa, que está cálida y huele a higos, mientras el viento frío sopla con fuerza en las calles de Barcelona. Rodeado de este confort, por más que estudie o me haya esforzado en imaginarlo, no creo que pueda hacerme una idea de lo que ocurrió tal noche como esta hace 75 años no muy lejos de aquí, en lo que, con el tiempo, se bautizó como ‘la noche de los cristales rotos’.
De entre todo el deplorable abanico de ideas-basura que posee la extrema derecha, la xenofobia está siendo la piedra angular sobre la cual se está construyendo un discurso que cala más de lo deseable y que se nutre especialmente de las frustraciones de las clases bajas de los países industrializados. Así, las ciudades-dormitorio y el extrarradio de París, Londres o Atenas se están convirtiendo en bombas de relojería. La inmigración (y en concreto, hablemos claro, la inmigración sur-norte) es el chivo expiatorio que está pagando los errores más graves de la Unión Europea. Es la cruz más amarga de los rigores impuestos por la tiranía de la Troika. Los partidos políticos de discursos más populistas se encargan del resto.
Me he molestado en dibujar un mapa que pretende ser una radiografía del poder de la extrema derecha en Europa. En color verde, los países en los que los partidos de esta ideología ocupan entre un 1% y un 5% del total del parlamento. En amarillo claro, entre un 5,1% y un 10%. En amarillo oscuro, entre un 10,1% y un 15%. En naranja, entre un 15,1% y un 20%. Y en rojo, más de un 20%. Pueden pinchar con el cursor sobre la imagen para verla con más detalle.
Europa parece así volver a lo que ya fue: la cuna del racismo. Le ha cogido el gusto a vivir una y otra vez esa noche de los tiempos cuyo final, en realidad, está en las manos de todos nosotros. En las mías. En las suyas. En las de sus vecinos. En las de los profesores que educan a nuestros menores. En las de nuestros medios de comunicación. Sólo los ciudadanos de esta parte del mundo tenemos la capacidad de arrojar luz sobre esa oscuridad y hacer que, de una vez, salga el sol para todos.
comment-955
Si te fijas, el aumento de la derecha en un país va acompañado del aumento de su calidad de vida (no es por justificar las extremas derechas). En el siglo XXI, que haya derechas no es igual a atraso; ese concepto sólo es aplicable a España, donde nosotros mismos nos hemos encargado de odiarnos unos con otros por nuestras ideas en vez de trabajar por nuestros nexos. Saludos.
comment-954
Por supuesto. Es imprescindible para la democracia que haya disparidad de opiniones e ideologías. Pero los extremismos son otro asunto. El concepto actual de Europa tiene una razón de ser, y dar cabida a grupos extremistas va en contra de esa razón. El racismo, la xenofobia o la homofobia son precisamente las lacras contra las que se fundó la UE.
Respecto a lo de "el aumento de la derecha en un país va acompañado del aumento de su calidad de vida", es bastante discutible. Los estándares internacionales señalan que los países nórdicos son los que gozan de una mayor calidad de vida, y es en estos precisamente donde el Estado ejerce un papel más importamte (no menos, tal como predica el neoliberalismo).
Saludos.