Ya es septiembre. Ya nos hemos ido de vacaciones (algunos) y ya hemos regresado. Hemos pasado del espejismo estival de color turquesa a la cruda realidad, esa que nos acoge con los brazos abiertos hacia insufribles datos de paro y epidemia, amenizados con inútiles coleccionables. A veces, parece que el tiempo se paralizase. Los periódicos hablan exactamente de los mismos temas que en junio y las teles siguen escupiendo basura. Creo, por tanto, que no me he perdido nada importante durante estas últimas semanas. Si nos salen las cuentas, se avecina un otoño aburrido, más que previsible, durante el que imagino tendremos que recurrir a ese aire fresco aspirado (y convenientemente reservado) en vacaciones. Espionaje, corrupción, desempleo, trimestre negro, déficit, crispación, pandemia… el ajo es mucho más agradable de resaborear que todo esto. Y lo peor de todo: asumir que el bronceado se va diluyendo. Uf.

Empero, como ustedes ya saben, septiembre es mi mes preferido. Intentaré contagiar -esa palabra tan de moda- mi entusiasmo a mis queridos lectores. Dentro de poco cumpliremos un año juntos. Que ustedes disfruten de este mes con una sonrisa sincera. Feliz vuelta.