Hoy, santo domingo día 2 de noviembre del año 2008 d.C., es el septuagésimo real cumpleaños de Su Majestad Doña Sofía Margaríta Viktoría Frideríki Glíxmpourgk. La Reina de España, vamos. Una fecha que ella difícilmente olvidará, no por el hecho de soplar 70 velas (¿las reinas soplan velas?), sino por el lío que ha formado al abrir esa boquita de piñón. Se ha puesto a hablar y ha subido el pan.

Recuerdo que en el cole, al hablar de la Constitución Española, me enseñaron que derechos y deberes van de la mano. Y seguro que mi cole era bastante más modesto que el suyo. Pero, al parecer, ella no aprendió esa lección. Esta señora, que obviamente no tiene las mismas obligaciones que el resto de mortales españoles, se ha creído con igual derecho que los demás para expresar sus opiniones. Si ella quiere tener mis derechos, yo quiero tener sus privilegios.

Ella está en su derecho de tener opiniones, pero no de hacerlas públicas. Con ello ha vulnerado el artículo 56 de la Constitución (que otrora la legitimó donde hoy está), artículo que le concede un papel de moderación. Muy moderada no ha sido, la verdad. Ha opinado deliberadamente sobre temas sociales que dividen a la opinión pública, algunos de los cuales (el matrimonio homosexual) tienen pendiente un recurso en el Tribunal Constitucional, o una ley a punto de redactar, como el aborto.

Algunos dicen que da igual que haya hablado, porque eso no cambiará las leyes. No se trata de cambiar leyes –sólo faltaría- sino de exceder sus funciones como reina consorte. No importa tanto lo que ha dicho, sino el hecho de haberlo dicho. Con ello, además de vulnerar la Carta Magna que valida su puesto, ha cuestionado asuntos ya refrendados por el pueblo español al que supuestamente ella (junto a SM Juan Carlos I) representan (sic.).

A nadie sorprende la dirección de las opiniones de Doña Sofía, sino el hecho de haberlas difundido. El libro fue revisado por la Casa Real, que ahora arguye que el texto procede de conversaciones privadas entre Su Majestad y su real biógrafa. Una chapuza de intento por arreglar un patinazo que deberemos tener en cuenta de ahora en adelante todos los españolitos, esos que hasta ahora hacíamos mutis con la Monarquía. Adaptando el dicho popular: “no se puede estar en Zarzuela y opinando”.