El título de este post no es el de una entrega de El diario de Patricia, aunque bien podría serlo. Se trata del testimonio de un joven de 25 años que hoy publica El País tanto en su versión on line como en papel. Rubén nació como Estefanía y fue adoptado en Jaén. Supo que era hijo adoptivo cuando un niño de su colegio se le acercó y le dijo «¿sabías que tus padres te compraron?». Pero no fue la única frase de alguien que le cambió la vida. Al sentarse un buen día en una cafetería, el camarero le espetó «Chico, ¿qué te pongo?». Entonces decidió que quería ser un hombre. Y se mudó a Granada.

Se sometió a todo el tratamiento para hacer posible el cambio de sexo, excepto la modificación de su aparato reproductor, que sigue siendo íntegramente femenino. Eso le ha permitido quedarse embarazado, gracias al semen de un donante. Hoy vive en Berga (Barcelona) con su novia, con quien desea casarse antes de dar a luz.

Por ello, Rubén se ha ganado la antipatía y la incomprensión de los médicos, la opinión pública e incluso parte del colectivo de transexuales. Me temo que ocupará más de una portada y también que será vapuleado en todas partes.

Ese par de frases que aquel niño y aquel camarero soltaron tan ricamente fueron auténticas bofetadas para él. Prueba de que nuestras palabras, esas que muchas veces no pensamos dos veces antes de escupir, son mucho más importantes de lo que creemos. Basta echar un vistazo a los comentarios de la noticia en Internet para darse cuenta de la incomprensión que esto genera. Deplorable.

Ahora que está tan de actualidad el tema de la maternidad y la paternidad, también en El País, pero en el suplemento dominical, un artículo de psicología resume a la perfección lo que pienso al respecto y lo que diría a todos los que le critican por querer ser padre: «Tener un hijo no te convierte en padre, de igual modo que tener un piano no te convierte en pianista». No podría haberlo dicho mejor. O sí:

«Vive y deja vivir»