Como cada año por estas fechas, las procesiones inundan las calles de España; y, con ellas, ponemos rostro a todas esas personas que son católicas durante cinco días al año. Esas que lloran ante un Cristo o una Virgen de madera pero a las que luego les importa un carajo los problemas de su vecino. Esas que dicen reconocer y venerar el sacrificio para inmediatamente después irse de cañas. Hace mucho tiempo que toda esta parafernalia perdió su valor religioso para pasar a ser la segunda parte de las fiestas del pueblo.

Durante algunos años tuve la oportunidad de observar de cerca cómo funciona una cofradía, aunque siempre desde fuera (quienes me conocen ya saben que lo contrario iría contra mis principios). Y la verdad es que me horrorizó. Allí, lo religioso era lo último que importaba. Tenía mucha más relevancia el hecho de que el Cristo hubiese salido con la peluca torcida o que las flores del paso estuviesen pochas. Con eso ya tenían comidilla hasta el año siguiente. Las rencillas internas eran la única cohesión de aquella supuesta hermandad. Y me consta que no era la única.

¿Qué queda, pues, de religioso en la Semana Santa? ¿Cuántas de las personas que se confiesan católicas y asisten a estos actos han abierto una Biblia en su vida para algo que no fuese sacarle el polvo de encima? Por supuesto, defiendo el derecho de todos a expresar sus ideas, pero sinceramente, no me creo nada de esto. Hablando en plata, en mi pueblo esto se llama ‘propaganda’, puro proselitismo.

Toda esa retórica vacía que infesta los discursos que acompañan a las procesiones se diluye a la par que el bendito incienso. Las telas doradas que esconden dobles fondos, los capirotes vacíos, el cartón pluma, el pan de oro, la orfebrería… lo verdadero y lo falso entremezclado, como bien sabe hacer la Iglesia, para dar como resultado una amalgama que nos presentan como la verdad única, divina e irrefutable. Todo, por supuesto, aderezado con buenas dosis de fe. Y ya todos sabemos que la fe y la libertad nunca han sido amigas precisamente.

P.D: no, hoy no pongo imagen. Ellas hoy están en las calles.